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Le premier baiser

Bien, esto viene por una pregunta nueva de Ask. La pregunta es esta Y la respuesta la dejo más abajo. Espero que os guste, y si queréis comentar ya sabéis dónde hacerlo. 



Era una tarde fría y oscura de Noviembre. Apenas eran las seis de la tarde y el sol ya se había puesto. En el cielo sólo brillaban las estrellas mientras que la luna estaba oculta. Aquellos días eran en los que Victoire se sentía más sola que nunca, y no sabía porqué. Tenía todo lo que quería, era Vic, Victoire, o incluso Delacour. Tenía lo que siempre había deseado, tenía lo que todos querían, pero no podía dejar de pensar en lo que había pasado años atrás, en aquello en lo que llevaba pensando meses y no se podía quitar de la cabeza. 

La Madriguera, cuatro de una de las tardes más calurosas que había tenido todo el verano. El viento apenas soplaba y sólo se podía estar o bien dentro de la destartalada casa, y sólo una cabellera rubia se encontraba en la sobra que el árbol que había cerca. Siempre sola, siempre apartada de los demás que parecían haberse acostumbrado a vivir sin ella. Y que cuando tenían que convivir con aquella muchachita rubia sólo rezaban para poder escapar de allí lo antes posible. Un libro en el regazo, y un pequeño susurro en un melódico francés era lo único que allí se podía escuchar, pero con mucha atención. Una figura de pelo azul salió de la casa para acercarse hasta la muchacha, y sentarse a la sombra que el árbol brindaba cuando estaba cerca. El susurro cesó, y durante unos instantes antes de que Teddy dijera nada. 

- Vic, ¿estás segura de que quieres irte a Francia? Aún quedan dos años para que tengas que empezar el colegio, y .... 

- Oui -pronunció ella levantando la mirada del libro y cortando el discurso que él traía. Con esa apariencia tan adulta que parecía mostrar siempre, con esa coraza incluso con la única persona que siempre la había querido- Beauxbatons es mucho mejor colegio que Hogwarts, es menos peligroso y el uniforme es mucho más bonito. 

- Pero Vic, por eso no tienes que irte antes. Y el francés no es una escusa 

- Teddy, no voy a cambiar de opinión. Me voy a la France. Está decidido -repitió cortando de nuevo al peliazul que agacho la mirada y comenzó a juguetear con la hierba. 

Así era Vic, tozuda hasta la saciedad, obcecada como lo fuera Bill y una protectora de sus sentimientos como Fleur. No dejaba que nadie se acercara a ella, que nadie la conociera. Y si la conocías, daba igual. Lo único importante era parecer fuerte, decidida e inamovible. Cosa que a Teddy le conseguía sacar de quicio. No entendía la postura de la muchacha rubia, y no se creía que tuviera problemas con el francés y por eso se fuera dos años antes de empezar el colegio con su tía; es más, estaba casi seguro de que el echo de que su madre estuviera esperando un bebé tenía mucho que ver con el repentino interés de Victoire en ir a estudiar a Francia. Pero... luchar contra ella, por mucho que aún tuviera nueve años, era como darse de cabezazos contra una pared que no se rompería antes que tu cabeza. Resignado se alzó para volver a la Madriguera y el ambiente fresco que ella le brindaba mientras Vic volvía a la lectura de su libro favorito. Pero algo movió al chaval y lo único que supieron ambos con certeza es que los labios del uno estaban sobre los del otro, y segundos después una mata de pelo rojizo corría hasta la casa mientras que la rubia se quedaba sentada y paralizada. 

De esa tarde había pasado ya mucho tiempo, pero desde finales de ese verano las cosas habían cambiado. Nunca le dio importancia a ese beso tonto, no más allá del primer mes, pero desde aquella bronca con Teddy... Todo se había salido de madre, ella le llamó "acoplado de familias", "huérfano carente de amor"; y él a ella "niña malcriada" y "criaja insensible". Desde entonces todo parecía haber ido a peor. Y esa pequeña tontería había vuelto a la memoria de Victoire. ¿Qué quería decirle su cabeza? ¿Por qué no desaparecía otra vez en su memoria como había sucedido durante casi 4 años? ¿Por qué la atormentaba de aquella manera?





Y tuvo que llegar ella (parte II)

Bien, después de más de dos meses sin acordarme de entrar por aquí. Tengo el placer de colgar, de una vez por todas, el final de ese pequeño relato que supuso la entrada de Dominique en Beauxbatons. 


Sólo recordaros, otra vez, que este vez el escrito no pertenece sólo a mi, sino que ha sido posible gracias a MI Dom, esa Dom tan genial que es la pelirroja odiable más adorable de todo el mundo. No llegue a decirlo la vez anterior, pero al igual que otras muchas cuentas, para mi tu Dominique, es DOMINIQUE. Y defenderé esas palabras cueste lo que cueste. 

Después de este momento tan más noño de lo normal, os dejo la otra parte del relato. La primera la tenéis aquí . Y esta vez espero poder leer algún comentario vuestro. 








El interior del salón de los chicos de último curso pareció rugir cuando entré por la puerta. No podía esperar nada como lo que había allí. Incluso las siluetas barrocas que vagaban por los campos pintados en los grandes cuadros bebían y gritaban con nosotros, interactuando con aquellos que estaban lo suficientemente ebrios como para hacerles caso. Las botellas flotaban por el aire, mientras que la madera de las mesas apenas se podía distinguir entre los montones y montones de comida y dulces que allí había. Todo era perfecto, y había decidido que no me lo perdería por nada. Ni siquiera por ella.

Arléne me estaba esperando incluso antes de poder acercarme a ella. No hizo falta ni una mirada para saber lo que había ocurrido, y apartó a Phillipe de un manotazo para comprobar dónde se hallaba la pequeña pelirroja que había traído conmigo. Trate de quitarle importancia, y aproveche el paso de una botella vacía sobre mi cabeza para dejar el sombrero allí y: ya que estaba, coger otra de las botellas que aún estaba sin abrir. Sin dudarlo, abrí la botella lanzando el corcho en dirección a la puerta, suponía que la insulsa de mi hermana estaría allí aún. No tendría el valor para moverse de la puerta. O eso era lo que yo supuse.

La mañana no podía ser mejor, hasta que descubrí aquello que nunca debía de pasar: Phillipe hablando con la maldita pelirroja. ¿Se podía saber que estaba haciendo? Sin pensarlo cogí a Arléne del brazo, sin molestarme que me estuviera golpeando con su puño hasta que vio hacia dónde nos encaminábamos. Phillipe se giró en cuando me escucho gritar su nombre, y sin apartar la vista de mi cara siguió a Arléne hasta una de las mesas.

- Vamos fuera - le espeté a mi hermana, con el mismo tono que magmi usaba con nosotras, ese tono que no auguraba nada bueno. El silencio del pasillo se vio roto cuando los pequeños taconcitos que Dominique llevaba pisaron las baldosas vidriadas que acentuaban aún más la sensación de luz y magnificencia que se respiraba por todo el castillo.

- ¿Se puede saber qué estabas haciendo? -fueron mis únicas palabras, esperando a que ella hablase ¿Acaso sabía con quién estaba hablando? No pareció responder, pero yo no podía permitir que volviera a entrar, y así la bonita pelirroja de mirada encantadora volvió a tener que ser el centro de atención. Con resignación saque la varita para convocar el sombrero que aún se mantenía sobre la botella vacía de champange, y la chaqueta azul que reposaba sobre uno de los respaldos de las sillas. En silencio volvimos a caminar por los solitarios pasillos que nos alejaban de la fiesta, y que sólo me acercaban a lo que fuera mi tortura: tener que soportar que la princesita pelirroja entrara en escena sin que yo pudiera hacer nada.






En cuanto mi hermana abrió la puerta y se perdió entre la multitud morderme con fuerza el labio fue lo único que pude hacer después de dar un pequeño, casi instintivo, brinco hacia atrás.
Desde fuera de la habitación comencé a observar e  inspeccionar el lugar todo lo que mi altura podía permitir, frunciendo el ceño levemente. Me apresuré a dar un paso hacia atrás cuando me percaté de que al chico más próximo a la puerta se le caía el vaso de bebida que sujetaba torpemente entre sus manos y volviendo a morderme el labio con más fuerza que antes me recoloqué correctamente el sombrero que Mademoiselle Renoir había obligado a ponernos.
Sin poder pronunciar palabra alguna, sin ser siquiera capaz de abrir la boca me atreví a asomar la cabeza por la puerta, observando una vez más el lugar, completamente paralizada.
No sé el tiempo que pasé así ni el que me quedaba por pasar hasta que alzando la mirada llegué a visualizar uno de los retratos que bailaba al ritmo de la música desde la pared. Entrecerré los ojos para poder observarlo mejor y solté una débil carcajada cuando me percate de que intentaba bailar, inútilmente,  con el retrato de una mujer varios cuadros de distancia.
Alguno de sus compañeros de pared debió de advertirle de mi presencia, ya que giró la cabeza para encontrarse al instante con la mía.
En cuanto fijó su mirada en mí, lo primero que pensé fue en esconderme tras el marco de la puerta pero algo me detuvo a hacerlo. No sé si su mirada amable o el haberlo visto bailar medio minuto atrás, pero cuando me hizo una seña para acercarme no dudé en hacerlo.
Con pasos pequeños llegué hasta el retrato hasta colocarme frente a la pared y poder observarlo mejor, a él y al resto de sus acompañantes, pudiéndome arrepentir al momento ya que un instante después la bebida de uno de los alumnos aterrizó sobre mi nuevo y hasta entonces impecable uniforme.
Di un pequeño pero enérgico chillido y no tardé en pasar las manos por mi pelo, comprobando si estaba seco o no. Me quité el sombrero reglamentario y una vez que pude ver que seguía intacto volví a ponérmelo.
No sé la atención que había llamado con mi pequeño grito, pero si fue la suficiente como para que un par de miradas curiosas se posaran en mí, y una de ellas se atreviera a acercarse.
— ¿No eres muy pequeña para estar aquí?— Preguntó un chico de melena rubia, dejando su bebida sobre una estantería acercándose a mí, con un perfecto acento francés.
Yo solo pude asentir rápidamente y antes de que pudiera proferir palabra alguna prosiguió.
—… Los alumnos de primero no están invitados. — Masculló cogiéndome de uno de los brazos sacándome de la habitación casi a rastras.
Pude detenerme antes de salir del todo, cerca de la puerta. Me deshice de su brazo lo más rápido que pude y observé el uniforme mojado antes de alzar la cabeza y comenzar a hablar.
—Me-me ha traído mi hermana…—Me excusé débilmente, trabándome al principio de la oración.
Pareció ser suficiente para él ya que relajó su postura y se agachó para quedar a mi altura. Por primera vez desde que llamé su atención en su rostro apareció algo parecido a una sonrisa, y arqueando una ceja preguntó con su marcado acento francés.
— ¿Y quién es tu hermana, petite rousse?
—Victoire. — Le respondí rápidamente comenzando a buscar a la susodicha con la mirada, y no tardé en aclarar— Weasley.
El alumno pareció saber de quién hablaba ya que su sonrisa se ensanchó con mi respuesta, y quitándome el sombrero acarició mi pelo con la mano que le quedaba libre.
—Tú y yo podemos llevarnos bien, oui —Murmuró más para él que para mí. Y tras ese pequeño comentario volvió a alzar la voz dirigiéndose claramente a mí— Un placer conocerte, soy Phillipe. ¿Cómo te llamas, petite rousse?
No me dio tiempo a decir mi nombre ya que mi hermana consiguió sacarme de la fiesta antes de que pudiera proferir palabra dejando a Phillipe atrás.
No entendía el enfado de mi hermana y parecía que no estaba por la voluntad de explicarlo. Tragué saliva cuando me preguntó que qué estaba haciendo, y agachando la cabeza le respondí murmurando que nada.
Ambas nos alejamos de la fiesta, comenzando a andar en silencio prácticamente a la vez, sin volver a dirigirnos la palabra en lo que quedaba de noche.
Hay quién considera que ir a una fiesta de alumnos mayores el primer día de de Beauxbatons es todo un logro, mientras que muchos otros pensarán que lo idóneo sería permanecer con el resto de alumnos de primero. Lo que yo puedo decir, es que mi primer día de colegio fue único.







Y tuvo que llegar ella







Bien, me dispongo a presentaros una nueva entrada. Esta vez no es sólo mía, y eso me reconforta. Esta entrada, y la de mañana también, son posibles gracias al trabajo de Dominique, mi Dominique


Me gustaría que os gustara tanto como me gusta a mi, y eso es hasta complicado. Pero seguro que por lo menos no os pasa desapercibida. 



Leer, comentar y dejar los comentarios que queráis. El apartado de abajo, es todo vuestro. 









Primer día del curso, otra vez, y como no me tocaba estar entre las niñas de tercero aguantando el tirón. Parecía ser que a la directora no le importaba verme sufrir, ya llevaba tres años aguantando tener que enseñarle el colegio a alguna pequeña fracasada que entraba nueva, ¿por qué me habrían pillado en la habitación de Arléne a esas horas? Y para colmo, desde entonces mi padre me miraba con esos ojos decepcionados siempre... Sea como fuere, allí estaba yo, entre niñitas emocionadas por empezar su tercer año mientras que me perdía la fiesta de inauguración del último curso de Arléne y les harpies con botellas de Moët Chandon. Una a una, Mademoiselle Renoir fue llamando a todas las muchachillas de la lista, asignándoles a una pequeña "promesa", mientras que retrasaba mi obligación lo más posible.

- Blou... No, tú no; mejor tú, Weasley 

Mi ceño fruncido, se marcó aún más al escuchar ese apellido, me separe de la pared molesta, cabreada. Hacía mucho que había dejado de ser una Weasley en Francia, no, yo era una Delacour, nadie se dirigía de otro modo, salvo, claro, Mademoiselle Renoir. Me dedico una de esas sonrisas que a poco que se conociera a Mademoiselle Aponine se sabía que mucho distaban de ser ciertas. 

-Tu turno, Victoire -pronunció con ese tono de autosuficiencia que usaba siempre conmigo, marcando su importancia jerárquica más elevada que la mía. Ese férreo rencor hacia mi tía le generaba un odio inexplicable hacia mi. 

Por primera vez mire con recelo a la pequeña fracasada a la que tendría que custodiar hoy. No, no podía estar viendo  esa cabellera pelirroja perfectamente ordenada, con un elegante lazo blanco que tanto resaltaba en ella; esos ojos azules, pero de ese azul grisáceo que tanto distaba de mi azul celeste; esas pecas que tan bien quedaban en las pequeñas mejillas, no, ella no. De todas las fracasadas ella no. Mis pies se clavaron al suelo, y las manos se cerraron clavando las uñas en la palma de mi mano. Una blanca mano perfectamente lisa, cuidada se posaba en el hombro de Dominique, eso ya era demasiado. Sabía que tendría que enfrentarme a mi familia esa noche durante la cena, no todos los días volvía la mejor estudiante del último siglo a su antigua escuela, pero había rezado por no tener que verles hasta la noche. Pero, no, allí estaban: mi padre mirándome con esos ojos decepcionados de siempre que hacían que el corazón se me encogiera en el pecho, mi madre tan perfecta como siempre analizando mis reacciones con una mirada calculadora, y la pequeña Dominique... Tan querida por todos, tan calmada en todo momento, tan callada que daba hasta miedo, tan, tan, tan....  Mirándome con ese brillo de emoción y adoración que siempre se gastaba conmigo. No, ella no, la sonrisa de Mademoiselle Renoir se hizo aún más grande al ver mi reacción. 

- Victoire -sonó la voz de Dom con ese perfecto francés sin restos del deje inglés que tan claros era cuando yo hablaba. 

Sabía que todos me estaban mirando, analizando mis reacciones al mínimo, recordando que es lo que debía hacer puse la sonrisa que tan típica se había vuelto cuando tenía que estar con los Weasleys, ya sabía que mi padre comprobaría que era falsa; pero sería lo que más obtendría. Sería quien ellos creían que era. 

Con el poco arrojo que me quedaba me moví, diciéndole con el brazo que pasara. La sonrisa de Dominique se hizo aún más grande y después de despedirse de mis padres comenzó a andar como si diera pequeños saltitos de alegría mientras miraba a todos lados con la vista puesta hasta en el menor detalle, como si todo fuera un mundo por descubrir. Yo no podía evitar pensar que todo se acababa, mi mundo, mi terreno, todo se acababa, fuera como fuese Dominique se las había arreglado para volver a estropear mi felicidad entrando con ese pelo rojo y esa vitalidad que siempre la habían hecho destacar











Aún recuerdo los relatos que nos contaban mis padres a Louis y a mí cuando éramos más pequeños. Cada día, antes de irnos a dormir magmi Fleur encendía un pequeño candil, y junto con pagpi Bill, nos contaba sus historias a la luz de las velas.
Tanto Louis como yo escuchábamos  a nuestros padres con brillo de emoción y adoración en nuestra mirada. Éramos completamente absorbidos  por cada historia, cada relato, cada pequeño recuerdo que nos contaran y nos manteníamos  atentos a cada pequeño detalle que ellos relataran.
A mí me hubiera gustado pasar ese tiempo con Victoire antes de irnos a dormir peinándonos la una a la otra mientras escuchábamos los relatos de nuestros padres, pero desde siempre se había considerado demasiado mayor para escuchar esas historias.
A Louis le encantaba escuchar la boda de mis padres, cómo tuvieron que huir de un momento a otro, a pesar de que ninguno de los dos entendíamos el porqué y tampoco nos molestamos en preguntarlo por miedo a que respuesta pudieran darnos.
 Pero sin duda alguna mi historia favorita era el primer día en Beauxbatons de ma mére.
Lo describía perfecto; con tanta clase, tan majestuoso, tan Delacour… un palacio francés en todo su esplendor. Cuándo escuchaba de él a la luz de las velas me lo imaginaba enorme y después de tantos años de hacer falsas suposiciones sobre él  y ver viejas fotografías, por fin podía observarlo con mis propios ojos.
Da igual las veces que hubiera escuchado a mi madre describirlo, no importaba los dibujos que me hubiera enseñado ma tante Gabrielle; para poder imaginarte l’académie de Beauxbatons cómo verdaderamente es debes haber estado allí.
Mis pequeños pasos repiqueteaban en el impecable suelo de mármol del palacio mientras observaba todo lo que se encontraba  alrededor de mí; desde la más grande de las esculturas de cristal hasta el más pequeño detalle en las barandillas de las majestuosas escaleras de caracol.
Victoire iba un par de metros delante de mí, con el ceño fruncido por haber tenido que obedecer a Madeimoselle Renoir,   y apresuré el paso para llegar a su altura.
— ¿Me vas a enseñar el colegio?— Me atreví a preguntarle una vez al lado suyo.
Ella asintió levemente, suspirando de mala gana, y se dirigió hacia las escaleras de caracol empezando a subir los primeros escalones.
La seguí lo más rápido que pude y una vez a su altura disminuí el ritmo al que subía los peldaños. Un  engorroso silencio inundaba el lugar, sin rastro alguno de otro alumno o alumna, escuchando solo el repiqueteo de nuestros pasos sobre el frío y blanco suelo de mármol.
Observé a mi hermana pisar decididamente el último escalón, con una seguridad en sí misma propia solo de ella y esbocé una pequeña sonrisa cuando me fijé en que había bajado la mirada para posarla en mí un pequeño instante antes de girarse para pasar a observarse a un ventanal y detenerse allí.
No pareció fijarse en mi pequeño gesto, y si lo hizo prefirió fingir no haberse percatado de ello. Pequeños detalles así eran ya típicos viniendo de ella. ¿Cuántas veces me habría intentado dar la mano y ella siquiera haberse fijado en ello? O, ¿cuántas veces le había dicho algo y ella, en cambio, no haberme ni respondido? Una pequeña frase de un gran Muggle decía “Que hablen mal de uno es terrible. Pero es peor que no lo hagan en absoluto”
Lo dicho por Oscar Wilde no podía ser más cierto; y en ocasiones llegaba a experimentarlo de muy primera mano.
Me recoloqué el sombrero que Madeimoselle Renoir había obligado a ponerme y me percaté de que Victoire se lo estaba quitando,  despeinándose su rubio y perfecto cabello en frente de un ventanal en el que podíamos ver nuestro propio reflejo.
Tan parecidas y diferentes a la vez; Cómo  matrioskas. Pequeñas muñecas, prácticamente iguales a la vista de cualquiera,  pero siendo cada muñeca solo una pequeña réplica de la primera, menos detallada que la anterior.
No sabía lo que pasaba por la cabeza de mí hermana durante ese momento y no me planteé siquiera querer saberlo hasta que me llevó frente a la puerta de uno de los dormitorios, y por la ubicación se trataba de una chica de la edad de Victoire.
Fruncí el ceño cuando escuché la música del interior de la habitación, rompiendo el silencio anterior, pero eso solo pareció animar más a Victoire, que no dudó en abrir la puerta y mostrarme su interior antes de pasar.
—Y aquí tu primera fiesta dentro del colegio— Me dirigió la palabra por primera vez en la noche, antes de perderse entre la multitud  que ahí había.








El fin de una era





La luna blanca en el cielo brillaba con más fuerza que nunca. Parecía raro, pero al final le había acabado cogiendo cariño a aquel estridente y pomposo lugar. A sus clases de protocolo y sus interminables lecciones sin sentido que hacían el día a día más pesado que nunca. Sabía que esa era la última noche en aquel castillo, sabía que no había marcha atrás esta vez. Pero allí, en su mirador favorito, todo tenía sentido. Muchas veces había escuchado eso de "El amor mueve el mundo", y por una vez estaba segura de ello. Si tan sólo le hubieran llegado a decir hacia nueve meses a Victoire que le rogaría a sus padres que la dejaran ir a Hogwarts por él, se habría reído de todos ellos en su cara. Pero al final hasta ella, hasta la chica de hielo, había caído... No sabía que era lo que peor le sentaba: haber fallado a esa estúpida promesa que hizo de no dejar que un chico le afectara tanto; o que fuera por Teddy, por el ahijado de su tío Harry. No había sido fácil volver a plantarse frente a la tribu de pelirrojos que eran los Weasley, pero lo había hecho, y al final parecieron perdonarla. Pese a ello, Vic sabía que las cosas no mejorarían así porque así, y por eso volvía a casa; por eso tenía que esforzarse más que nunca en demostrar que realmente estaba arrepentida. Atrás quedaban un montón de gritos y malas caras, de arañazos "sin querer" y tropezones "accidentados", de malos comentarios y miradas de asco. No, Ted le había demostrado que eso no era lo correcto y a partir de la vacaciones que empezaban al día siguiente tenía que ser capaz de demostrárselo al resto. 

Tan absorta estaba en sus cosas que no escuchó los pasos que comenzaban a sonar desde el final del pasillo, como aquella tarde. Los mismos pasos de la misma persona. Cuando se quiso dar cuenta, Arléne ya estaba sentada a su lado, con su melena morena tan perfecta y arreglada como siempre. Ninguna de las dos dijo nada, no hacía falta. Ese pasillo de amplios ventanales había sido su sitio, aquel lugar donde comenzó su amistad de verdad, aquel pasillo donde quedaban para hablar a solas,allí donde se intercambiaban la ropa para volver más locos aún a sus compañeros... Parecía increíble que esa fuera la última vez que ninguna de las dos se fuera a sentar allí. Vic se iba a Inglaterra, a dar sus dos últimos años en Hogwarts, para Arléne esa era su última noche como estudiante de magia. Un par de pisos más abajo les harpies (las demás chicas de la escuela las llamaban así, y al final lo acabaron cogiendo como símbolo de identidad) estaban celebrando una fiesta para todos aquellos que quisieran pasarse, siempre y cuando Madame Gogda no se enterara. Pero en ese momento ambas necesitaban pensar, pensar a solas en su futuro... en cómo iba a enfrentarse Vic a su familia y Arléne a la perfecta de su hermana melliza. Los minutos pasaron y ninguna dijo nada, sólo, cuando Vic tuvo la suficiente fuerza, cogió la mano de Arléne con la suya, estrechándola con fuerza antes de volverse a ella. 

-Allons, Arlene, cela n'est pas il final

Ambas se levantaron en dirección hacia la fiesta y el ruido, tan diferentes en apariencia, pero tan iguales en cuanto a esos pequeños detalles en los que nadie se fijaba, pero que llegarían a mantenerlas unidas a pesar de lo que la gente opinara. 

2 de Mayo


Cómo no creo que haga falta introducción, esta vez no la tendréis.



Amaneció en Shell Cottage como una fría y ventosa mañana en la que todo parecía indicar que nada había cambiado salvo el olor de la mantequilla fundida que se deshace sobre la sartén vieja de hierro tan grande y plana que podría servir de espejo. Frente al fuego un hombre con el pelo rojizo recogido en una coleta, pero pese a ello comenzaba a verse que por mucho que quisiera, ya no era el joven que unos pocos años antes había sido padre por primera vez. Frente a Bill Weasley la masa para hacer crepés que ayer por la noche Fleur dejó preparada, y menos mal que lo hizo, o si no el hubiera sido capaz de matar por intoxicación a su princesita rubia, o eso pensaba él. Con sumo cuidado fue haciendo una a una las crepés hasta que apiladas unas sobre otras alcanzaban una altura similar a las manitas de Victoire y las puso sobre una bandeja junto con una taza con té con azúcar, mucho azúcar antes de comenzar a subir las escaleras con cuidado de no hacer ruido, no quería despertar ni a su esposa ni a la pequeña bebe pelirroja que dormía con Fleur. En ese momento sólo quería despertar a Victoire, a la pequeña niña que dormía en la habitación del final del pasillo. Con cuidado abrió la puerta, esperando poder despertar a la niña, pero un grito inesperado le sorprendió haciendo peligar el contenido de la bandeja que llevaba en las manos.

-¡PAPI! -chilló la niña rubia que ya esperaba sentada en la cama, mirando a su padre con ojitos soñadores. No podía llegar a entender como a la gente le daba miedo su padre si era más guapo que su madre con creces.

-Victoire, ¿piensas dejar de hacerme esto todos los años? -preguntó de la manera más retórica que pudo Bill mientras se acercaba a la cama de la pequeña y dejaba el desayuno sobre la mesilla- mi niña se hace mayor,¿ cuántos era ya? ¿Cinco, cuatro?

- Seis -espetó la muchacha rubia marcando los deditos con una enorme sonrisa en la que se podían ver que faltaban un par de dientes.

Bill observo a su pequeña princesita y rió con fuerza cogiéndola por las axilas, elevándola por encima de su cabeza al sacarla de la cama. Sería cierto que Victoire había cambiado cada vez más con la llegada de cada nuevo primo, volviéndose una niña insoportable en cada momento familiar de los Weasleys, siendo una copia exacta a su estirada tía. Pero en esos momentos en los que sólo estaban padre e hija Victoire volvía a ser aquella niña que sonreía y se reía en todo momento. Bill no pudo evitar pensar que su hijita parecía dos personas completamente diferentes, y eso le dolió. En cambio la pequeña Victoire sólo reía y reía, habría pocas personas con las que se permitiera ser ella misma, pero su papi era una de esas personas, él siempre le hacia caso, siempre tenía un par de palabras cariñosas para ella, siempre era sólo ella, salvo que la pelirroja perfecta apareciera. Pero no, Vic no quería pensar en Dominique ahora. Ahora sólo quería desayunar con su papi, salir después a recoger conchas e ir por la tarde a la Madriguera para comer la tarta que la abuela había hecho para ella, y que la gente fuera tan feliz que lloraran a escondidas. Eso era lo que quería. No sabía que hora era cuando empezaron a desayunar los dos juntos, pero el sol fue saliendo a medida que las crepés fueron desapareciendo poco a poco. Pero este año al final no había ningún papelito que le indicara la pista para encontrar su regalo. Y eso no le gustó a Victoire.

- Papi, ¿y mi regalo? -pregunto Vic analizando el plato, levantándolo para mirar si la nota esta esté año bajo él.- ¿y mi regalo? -dijo con los ojos brillantes, pensando que sería sólo una broma.

-Tu regalo este año no va a ser algo físico -pronunció Bill con la voz grave y la vista fija en la carita cambiante de su hija.- cámbiate y nos iremos a por conchas. Te espero abajo -dijo como última respuesta Bill antes de desaparecer por el quicio de la puerta y que el ruido de las escaleras confirmara que había bajado a la cocina a dejar los trastos sucios del desayuno. Con rapidez Vic se levantó de la cama, buscando algo que ponerse mientras tiraba el resto de la ropa del pequeño aparador por el suelo de la habitación sin molestarse siquiera en recogerlo cuando encontró la ropa que andaba buscando. Una melena rubia bajó corriendo los escalones, casi de dos en dos hasta plantarse en la puerta de la cocina mientras esperaba a que su padre apareciera por las escaleras y fueran juntos a fuera. Seguro que este año su regalo era tan grande que no cabía por la puerta, a lo mejor le habían regalado un caballo. Sí, eso era, le habían regalado un caballo. Victoire comenzó a dar saltitos junto a la puerta y se abalanzó al exterior cuando Bill abrió la puerta, pero allí no había nada. La cara desconsolada de Vic se fijo en la extrañada de su padre que tras unos segundo comenzó a andar hacia la orilla del mar, allí donde la arena húmeda y compacta no permite que te hundas en ella. La pequeña veela agachó la cabeza y comenzó a caminar al lado de su padre, arrastrando los pies hasta que llegaron a una roca saliente, que se adentraba varios metros en el agua y allí se sentaron.

-Victoire, ¿sabes lo que tu nombre significa? -comenzó a hablar Bill con la vista perdida en el horizonte

- Victoria- respondió la muchacha rubia sin comprender lo que quería decir su padre con eso.

-Eso mismo. Creo que ya va siendo hora de que conozcas el por qué de tu nombre- 

La voz del pelirrojo cambió al comenzar el relato, contándole a la pequeña todo lo que recordaba de aquella guerra, no sólo de la batalla que había sucedido ocho años atrás. La niña no podía hacer nada más que estar callada, escuchando como cuando su madre fue a Hogwarts un chico murió, y cómo un sádico hombre lobo llamado Greynosequemás le había hecho las cicatrices que ahora recorrían el rostro de su padre. Los sucesos se sucedieron, y las palabras comenzaban a ser más costosas cada vez en los labios de Bill. Pero cuando llegaron a la última noche, las lágrimas comenzaron a caer primero por las mejillas de Bill y después por las de Victoire, que no decía nada, pero no porque no quisiera, si no porque no sabía que podría decir, hasta que su padre le contó como se enteró de la muerte de su hermano, como había visto a su abuela llorando desconsolada al lado del cuerpo de uno de sus hijos, como su familia había sido destruída. Pero lo siguiente que la pequeña escuchó fue peor, un par de nombres, sólo eso: Remus y Tonks. Su mente sólo pudo irse con Teddy, su Teddy, el Teddy que nunca estaba en su cumpleaños, y ahora entendía el porque de todo. Cuando Bill terminó el relato, se quedaron callados los dos, mirándose el uno al otro hasta que fue Victoire quien hablo con el corazón en un puño y la voz rota.

- Papi, quiero llevarle chocolate a Remus- dijo en una sentencia firme. Si a Teddy le gustaba el chocolate, a Remus también habría de gustarle.  

Un día más



Bueno, esta vez lo que vais a leer no es mío; es algo que escribió la otra persona que tiene vela en la relación que ha hecho que Vic vuelva a estar asentada, que vuelva a pensar las cosas dos veces, Jem. Esa persona que tanto ha ayudado a Vic tanto cuando estaba bien, como cuando estaba mal, gracias mil, y sobre todo es un placer poder tener una relación con tu personaje. Después de haberos metido esta parrafada, deciros que esta entrada va en paralelo con una anterior que yo escribí (Le longue attend), y bueno, dicho esto, espero que os guste casi tanto como a mi. 







Por fin terminaba la guardia. Escucho a mi compañero acercarse e intercambiamos algunas palabras de ánimo antes de que él se ponga a patrullar donde yo lo hacía hace unos minutos. Camino hacia mi barracón, cansado, sientiendo cada paso como un mazazo. El agotamiento físico y psicológico se mezclan y me siento exhausto.


Hace frío y la humedad cala los huesos y parece aún más profunda al recordar que ella no estará allí para darme su calor. Llego al barracón que comparto con Armand, Renee, Pierre y Raoul. Lo bueno de ser hijos de quienes somos es que tenemos privilegios como poder compartir un barracón sólo con otros cuatro soldados. 

Me desplomo en el incómodo camastro y me quito las botas y me desnudo intentando no pensar en las escenas de muerte, sangre y pólvora que asolan mis sueños últimamente sin éxito.


Me tumbo y los muelles se me clavan en la espalda; irritado me giro e intento ignorar los escandalosos ronquidos de Pierre pero sólo puedo pensar en la guerra, en el hombre al que disparé a bocajarro ayer, en el soldado al que apuñalé antes de ayer. Sangre y muerte y sangre y muerte. Me revuelvo sin poder dormirme con esas pesadillas despiertas y me siento en el borde del camastro a pulir mi impoluta espada observando obsesivamente el escarabajo azul que cuelga de la empuñadura y que me hace añorar unos ojos de un azul distinto pero igual de intenso y su cabello rubio entre mis dedos y su piel entre mis brazos. Ese regalo inocente que significó tanto y a la vez tan poco en comparación con círculo plateado que me rodea el dedo anular. Me tumbo y lo miro y se me encoge el estómago al pensar en todos estos hombres que llevan semanas sin ver a sus mujeres, meses e incluso años y todos los que nunca volverán a verlas. Estúpidos reyes con sus estúpidas guerras.

Es viernes, creo, el tiempo pasa distinto entre la pólvora y el acero, es viernes y yo no estoy con ella. Presiono el frío metal contra mis labios y parece arder. "Sé fuerte" me digo "Sé fuerte por ella, para volver a estar con ella, como le prometiste" y con esa promesa me duermo, no más sosegado pero retomando el espíritu guerrero que me mantiene vivo un día más.






Le longue attend






El trabajo en la librería se había alargado más de lo esperado, y al final era media noche y yo acababa de salir del pequeño local cercano al Támesis. Incoscientemente comienzo a caminar sin ganas, cansada, no quiero llegar y que él no esté. El peso de los grandes libros que he de mirar para la semana que viene y el propio cansancio de haber pasado un día más fuera de casa me hacen ir más lenta mientras el ruido de los zapatos sobre la acera resuena en la fría noche. Los veinte minutos hasta el edificio en el que tengo el apartamento se alargaron hasta límites insospechados; pero una pequeña sonrisa se dibuja en mi cara al pensar que al final estoy en casa, mi casa. En el ascensor hasta la última planta, y allí la última puerta de la derecha. Un pequeño espacio se abre al pasar el umbral de la puerta, a la derecha ese mínimo pasillo en el que apenas entran dos personas que es la cocina separada del salón con una pequeña barra americana en la que ahora mismo descansan los pesados y antiguos libros, así como la cazadora, la bufanda y los guantes. Las luces tenues que iluminan la ribera del río son lo único que necesito para adentrarme hasta el dormitorio y tirar la ropa usada al montón... tendría que hacer la colada. Pero no tengo fuerzas ni para cenar, y me meto en la cama a duras penas. Es viernes, y no estoy con él... estúpidos franceses y sus estúpidas guerras, él tan lejos de mi, y yo sin saber siquiera si estará bien, o si esta será su última noche, el colgante en mi mano aferrándome a su primera muestra de cariño, a la más significativa, aunque no la más importante.. no, esa está en uno de los finos dedos. 
"Fuerte Vic, has de ser fuerte, se lo prometiste y tú siempre cumples tus promesas". 

Carta a Remus


Bien, y he aquí la segunda parte de la respuesta a tu pregunta. 










Querido Remus:

Se que en este momento pareceré una loca escribiéndole una carta a una persona a la que nunca llegué a conocer, una persona que nunca conocerá mi existencia, pero una persona a la que, al fin y al cabo, le debo tanto. Si, a ti, Remus, te debo el poder controlar mis sentimientos, el que mi tío Harry sea como sea, y sobre todo, a Teddy. Sí, eres una persona a la que le debo mucho, quizás demasiado, y creo que ya era hora de que te diera las gracias. Gracias por ayudar a mi padre cuando lo pasó tan mal por lo de Greyback, le diste fuerzas para después seguir adelante con su vida, para que yo naciera. Gracias por ayudar a mi tío Harry, creo que nunca se cansará de hablar de ti, al igual que de Sirius. Vosotros dos fuisteis la figura autoritaria que mi tío necesitó, vosotos le contasteis cosas sobre James, su padre, sobre Lily.... Le mostrasteis la importancia de la lealtad, de luchar por aquellos valores que se defienden pase lo que pase.

Creo que no habrá cumpleaños en el que no se os mencione, nunca, pero es un orgullo llevar a hombros lo que mi nombre significa, porque eso es una de las mejores cosas que tardé en aprender, pero que ahora no quiero perder por nada del mundo. Se que mis palabras serán complicadas, incluso retorcidas, pero hoy, 2 de Mayo, necesitaba escribirte estas letras. Remus, estate tranquilo, cuidaré de Teddy, pase lo que pase, lo prometo; pero a cambio tú has de prometerme que sonreirás desde donde quiera que estés, que serás feliz, pero que sobre todo, seguirás comiendo chocolate.


Muchos besos de alguien que no conoces, pero que te aprecia como a nadie.


Victoire Weasley

2 de Mayo






Un día lluvioso

Bien, retomando otro de los "mini-relatos" que me pidieron en Ask; un poco más elaborado dejo este; espero que os guste. Por si queréis saber cual es la pregunta que he elegido; es esta (Aquí ), y ahora, el relato, que poco mantiene del original. 





Las gotas de lluvia golpean el cristal de la ventana con fuerza, parece que fuera hace frío y viento, pero dentro de la cama se está calentito; mientras, las sábanas me mecen y acunan. Cerca, al otro lado dela pared, se escucha un incesante trajineo de cacharros; seguro que está haciendo la comida. Me giro buscando su olor aún entre las sábanas, ese aroma que me vuelve loca. saco la cabeza de entre las sábanas, lo justo para podar mirar el reloj que se empeñó en comprar. Es tarde, muy tarde, pero la fiesta de ayer por la noche tampoco nos dejó que llegáramos antes, el vestido y los zapatos están tirados sobre la alfombra, junto a su ropa. "Vamos, primero una pierna y después la otra" suena en mi cabeza tratando conseguir que me levante. La idea de una ducha me reconforta y el agua relaja los músculos llevándose el cabreo de la noche anterior y los restos de la copa que me tiraron encima. El ruido de la puerta al abrirse y unos pasos itermitentes delatan que ha ido a buscarme a la habitación. Ni un minuto pasa para tener sus brazos al rededor de mi cintura, su aroma a chocolate, sus labios sobre la piel de mi hombro que susurran cortas palabras con grandes sentimientos. El corto baño se extiende más de lo planeado, pero también mucho más dulce. 


La comida, sobre la encimera para no poner la mesa, pasa hablando de cosas sin importancia aparente, pero casi más relevantes que la Tercera Guerra Mágica en este momento. Huevos fritos y bacón que saben a gloria en estos momentos. La verdad es que todo en su compañía sabe a gloria, por muy tonto o sencillo que sea. Los dos evitamos comentar lo que pasó ayer por la noche, no fue agradable para ninguno. Por la tarde tampoco hacemos nada relevante, él juega con su cámara de fotos cómo si fuera la mayor maravilla del mundo, y yo leo un aburrido libro que me recomendó Rose en voz alta; no comprendo esa obsesión suya de escucharme hablar en voz alta. Al final reniego del libro, es un aburrimiento, si no fuera porque le prometí a Rose leerlo no lo habría ni tocado. Él y su maldita manía de no parar quietos me obligan a vestirme y salir al frío Londres. Un corto paseo por el centro se convierte en miles de retratos que se fijan con un "clic" mecánico cuando toma otra foto más. De vuelta a mi casa todo se vuelve gris y oscuro, mañana por la mañana volverá a París y habrá que esperar otros cuatro días para que sus brazos vuelvan a abrazarme.
Cenamos sentados en la encimera, de nuevo, con las luces tintineantes del Támesis entrando por la pared de cristal que da al balcón. El poco tiempo restante se pasa entre caricias y susurros que las mantas tapan y ocultan, compartiendo los secretos que nadie más comprendería. Fuera, el viento y la lluvia vuelven a chocar contra el cristal, pero ¿a quién le importa?