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Y tuvo que llegar ella







Bien, me dispongo a presentaros una nueva entrada. Esta vez no es sólo mía, y eso me reconforta. Esta entrada, y la de mañana también, son posibles gracias al trabajo de Dominique, mi Dominique


Me gustaría que os gustara tanto como me gusta a mi, y eso es hasta complicado. Pero seguro que por lo menos no os pasa desapercibida. 



Leer, comentar y dejar los comentarios que queráis. El apartado de abajo, es todo vuestro. 









Primer día del curso, otra vez, y como no me tocaba estar entre las niñas de tercero aguantando el tirón. Parecía ser que a la directora no le importaba verme sufrir, ya llevaba tres años aguantando tener que enseñarle el colegio a alguna pequeña fracasada que entraba nueva, ¿por qué me habrían pillado en la habitación de Arléne a esas horas? Y para colmo, desde entonces mi padre me miraba con esos ojos decepcionados siempre... Sea como fuere, allí estaba yo, entre niñitas emocionadas por empezar su tercer año mientras que me perdía la fiesta de inauguración del último curso de Arléne y les harpies con botellas de Moët Chandon. Una a una, Mademoiselle Renoir fue llamando a todas las muchachillas de la lista, asignándoles a una pequeña "promesa", mientras que retrasaba mi obligación lo más posible.

- Blou... No, tú no; mejor tú, Weasley 

Mi ceño fruncido, se marcó aún más al escuchar ese apellido, me separe de la pared molesta, cabreada. Hacía mucho que había dejado de ser una Weasley en Francia, no, yo era una Delacour, nadie se dirigía de otro modo, salvo, claro, Mademoiselle Renoir. Me dedico una de esas sonrisas que a poco que se conociera a Mademoiselle Aponine se sabía que mucho distaban de ser ciertas. 

-Tu turno, Victoire -pronunció con ese tono de autosuficiencia que usaba siempre conmigo, marcando su importancia jerárquica más elevada que la mía. Ese férreo rencor hacia mi tía le generaba un odio inexplicable hacia mi. 

Por primera vez mire con recelo a la pequeña fracasada a la que tendría que custodiar hoy. No, no podía estar viendo  esa cabellera pelirroja perfectamente ordenada, con un elegante lazo blanco que tanto resaltaba en ella; esos ojos azules, pero de ese azul grisáceo que tanto distaba de mi azul celeste; esas pecas que tan bien quedaban en las pequeñas mejillas, no, ella no. De todas las fracasadas ella no. Mis pies se clavaron al suelo, y las manos se cerraron clavando las uñas en la palma de mi mano. Una blanca mano perfectamente lisa, cuidada se posaba en el hombro de Dominique, eso ya era demasiado. Sabía que tendría que enfrentarme a mi familia esa noche durante la cena, no todos los días volvía la mejor estudiante del último siglo a su antigua escuela, pero había rezado por no tener que verles hasta la noche. Pero, no, allí estaban: mi padre mirándome con esos ojos decepcionados de siempre que hacían que el corazón se me encogiera en el pecho, mi madre tan perfecta como siempre analizando mis reacciones con una mirada calculadora, y la pequeña Dominique... Tan querida por todos, tan calmada en todo momento, tan callada que daba hasta miedo, tan, tan, tan....  Mirándome con ese brillo de emoción y adoración que siempre se gastaba conmigo. No, ella no, la sonrisa de Mademoiselle Renoir se hizo aún más grande al ver mi reacción. 

- Victoire -sonó la voz de Dom con ese perfecto francés sin restos del deje inglés que tan claros era cuando yo hablaba. 

Sabía que todos me estaban mirando, analizando mis reacciones al mínimo, recordando que es lo que debía hacer puse la sonrisa que tan típica se había vuelto cuando tenía que estar con los Weasleys, ya sabía que mi padre comprobaría que era falsa; pero sería lo que más obtendría. Sería quien ellos creían que era. 

Con el poco arrojo que me quedaba me moví, diciéndole con el brazo que pasara. La sonrisa de Dominique se hizo aún más grande y después de despedirse de mis padres comenzó a andar como si diera pequeños saltitos de alegría mientras miraba a todos lados con la vista puesta hasta en el menor detalle, como si todo fuera un mundo por descubrir. Yo no podía evitar pensar que todo se acababa, mi mundo, mi terreno, todo se acababa, fuera como fuese Dominique se las había arreglado para volver a estropear mi felicidad entrando con ese pelo rojo y esa vitalidad que siempre la habían hecho destacar











Aún recuerdo los relatos que nos contaban mis padres a Louis y a mí cuando éramos más pequeños. Cada día, antes de irnos a dormir magmi Fleur encendía un pequeño candil, y junto con pagpi Bill, nos contaba sus historias a la luz de las velas.
Tanto Louis como yo escuchábamos  a nuestros padres con brillo de emoción y adoración en nuestra mirada. Éramos completamente absorbidos  por cada historia, cada relato, cada pequeño recuerdo que nos contaran y nos manteníamos  atentos a cada pequeño detalle que ellos relataran.
A mí me hubiera gustado pasar ese tiempo con Victoire antes de irnos a dormir peinándonos la una a la otra mientras escuchábamos los relatos de nuestros padres, pero desde siempre se había considerado demasiado mayor para escuchar esas historias.
A Louis le encantaba escuchar la boda de mis padres, cómo tuvieron que huir de un momento a otro, a pesar de que ninguno de los dos entendíamos el porqué y tampoco nos molestamos en preguntarlo por miedo a que respuesta pudieran darnos.
 Pero sin duda alguna mi historia favorita era el primer día en Beauxbatons de ma mére.
Lo describía perfecto; con tanta clase, tan majestuoso, tan Delacour… un palacio francés en todo su esplendor. Cuándo escuchaba de él a la luz de las velas me lo imaginaba enorme y después de tantos años de hacer falsas suposiciones sobre él  y ver viejas fotografías, por fin podía observarlo con mis propios ojos.
Da igual las veces que hubiera escuchado a mi madre describirlo, no importaba los dibujos que me hubiera enseñado ma tante Gabrielle; para poder imaginarte l’académie de Beauxbatons cómo verdaderamente es debes haber estado allí.
Mis pequeños pasos repiqueteaban en el impecable suelo de mármol del palacio mientras observaba todo lo que se encontraba  alrededor de mí; desde la más grande de las esculturas de cristal hasta el más pequeño detalle en las barandillas de las majestuosas escaleras de caracol.
Victoire iba un par de metros delante de mí, con el ceño fruncido por haber tenido que obedecer a Madeimoselle Renoir,   y apresuré el paso para llegar a su altura.
— ¿Me vas a enseñar el colegio?— Me atreví a preguntarle una vez al lado suyo.
Ella asintió levemente, suspirando de mala gana, y se dirigió hacia las escaleras de caracol empezando a subir los primeros escalones.
La seguí lo más rápido que pude y una vez a su altura disminuí el ritmo al que subía los peldaños. Un  engorroso silencio inundaba el lugar, sin rastro alguno de otro alumno o alumna, escuchando solo el repiqueteo de nuestros pasos sobre el frío y blanco suelo de mármol.
Observé a mi hermana pisar decididamente el último escalón, con una seguridad en sí misma propia solo de ella y esbocé una pequeña sonrisa cuando me fijé en que había bajado la mirada para posarla en mí un pequeño instante antes de girarse para pasar a observarse a un ventanal y detenerse allí.
No pareció fijarse en mi pequeño gesto, y si lo hizo prefirió fingir no haberse percatado de ello. Pequeños detalles así eran ya típicos viniendo de ella. ¿Cuántas veces me habría intentado dar la mano y ella siquiera haberse fijado en ello? O, ¿cuántas veces le había dicho algo y ella, en cambio, no haberme ni respondido? Una pequeña frase de un gran Muggle decía “Que hablen mal de uno es terrible. Pero es peor que no lo hagan en absoluto”
Lo dicho por Oscar Wilde no podía ser más cierto; y en ocasiones llegaba a experimentarlo de muy primera mano.
Me recoloqué el sombrero que Madeimoselle Renoir había obligado a ponerme y me percaté de que Victoire se lo estaba quitando,  despeinándose su rubio y perfecto cabello en frente de un ventanal en el que podíamos ver nuestro propio reflejo.
Tan parecidas y diferentes a la vez; Cómo  matrioskas. Pequeñas muñecas, prácticamente iguales a la vista de cualquiera,  pero siendo cada muñeca solo una pequeña réplica de la primera, menos detallada que la anterior.
No sabía lo que pasaba por la cabeza de mí hermana durante ese momento y no me planteé siquiera querer saberlo hasta que me llevó frente a la puerta de uno de los dormitorios, y por la ubicación se trataba de una chica de la edad de Victoire.
Fruncí el ceño cuando escuché la música del interior de la habitación, rompiendo el silencio anterior, pero eso solo pareció animar más a Victoire, que no dudó en abrir la puerta y mostrarme su interior antes de pasar.
—Y aquí tu primera fiesta dentro del colegio— Me dirigió la palabra por primera vez en la noche, antes de perderse entre la multitud  que ahí había.








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