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Y tuvo que llegar ella (parte II)

Bien, después de más de dos meses sin acordarme de entrar por aquí. Tengo el placer de colgar, de una vez por todas, el final de ese pequeño relato que supuso la entrada de Dominique en Beauxbatons. 


Sólo recordaros, otra vez, que este vez el escrito no pertenece sólo a mi, sino que ha sido posible gracias a MI Dom, esa Dom tan genial que es la pelirroja odiable más adorable de todo el mundo. No llegue a decirlo la vez anterior, pero al igual que otras muchas cuentas, para mi tu Dominique, es DOMINIQUE. Y defenderé esas palabras cueste lo que cueste. 

Después de este momento tan más noño de lo normal, os dejo la otra parte del relato. La primera la tenéis aquí . Y esta vez espero poder leer algún comentario vuestro. 








El interior del salón de los chicos de último curso pareció rugir cuando entré por la puerta. No podía esperar nada como lo que había allí. Incluso las siluetas barrocas que vagaban por los campos pintados en los grandes cuadros bebían y gritaban con nosotros, interactuando con aquellos que estaban lo suficientemente ebrios como para hacerles caso. Las botellas flotaban por el aire, mientras que la madera de las mesas apenas se podía distinguir entre los montones y montones de comida y dulces que allí había. Todo era perfecto, y había decidido que no me lo perdería por nada. Ni siquiera por ella.

Arléne me estaba esperando incluso antes de poder acercarme a ella. No hizo falta ni una mirada para saber lo que había ocurrido, y apartó a Phillipe de un manotazo para comprobar dónde se hallaba la pequeña pelirroja que había traído conmigo. Trate de quitarle importancia, y aproveche el paso de una botella vacía sobre mi cabeza para dejar el sombrero allí y: ya que estaba, coger otra de las botellas que aún estaba sin abrir. Sin dudarlo, abrí la botella lanzando el corcho en dirección a la puerta, suponía que la insulsa de mi hermana estaría allí aún. No tendría el valor para moverse de la puerta. O eso era lo que yo supuse.

La mañana no podía ser mejor, hasta que descubrí aquello que nunca debía de pasar: Phillipe hablando con la maldita pelirroja. ¿Se podía saber que estaba haciendo? Sin pensarlo cogí a Arléne del brazo, sin molestarme que me estuviera golpeando con su puño hasta que vio hacia dónde nos encaminábamos. Phillipe se giró en cuando me escucho gritar su nombre, y sin apartar la vista de mi cara siguió a Arléne hasta una de las mesas.

- Vamos fuera - le espeté a mi hermana, con el mismo tono que magmi usaba con nosotras, ese tono que no auguraba nada bueno. El silencio del pasillo se vio roto cuando los pequeños taconcitos que Dominique llevaba pisaron las baldosas vidriadas que acentuaban aún más la sensación de luz y magnificencia que se respiraba por todo el castillo.

- ¿Se puede saber qué estabas haciendo? -fueron mis únicas palabras, esperando a que ella hablase ¿Acaso sabía con quién estaba hablando? No pareció responder, pero yo no podía permitir que volviera a entrar, y así la bonita pelirroja de mirada encantadora volvió a tener que ser el centro de atención. Con resignación saque la varita para convocar el sombrero que aún se mantenía sobre la botella vacía de champange, y la chaqueta azul que reposaba sobre uno de los respaldos de las sillas. En silencio volvimos a caminar por los solitarios pasillos que nos alejaban de la fiesta, y que sólo me acercaban a lo que fuera mi tortura: tener que soportar que la princesita pelirroja entrara en escena sin que yo pudiera hacer nada.






En cuanto mi hermana abrió la puerta y se perdió entre la multitud morderme con fuerza el labio fue lo único que pude hacer después de dar un pequeño, casi instintivo, brinco hacia atrás.
Desde fuera de la habitación comencé a observar e  inspeccionar el lugar todo lo que mi altura podía permitir, frunciendo el ceño levemente. Me apresuré a dar un paso hacia atrás cuando me percaté de que al chico más próximo a la puerta se le caía el vaso de bebida que sujetaba torpemente entre sus manos y volviendo a morderme el labio con más fuerza que antes me recoloqué correctamente el sombrero que Mademoiselle Renoir había obligado a ponernos.
Sin poder pronunciar palabra alguna, sin ser siquiera capaz de abrir la boca me atreví a asomar la cabeza por la puerta, observando una vez más el lugar, completamente paralizada.
No sé el tiempo que pasé así ni el que me quedaba por pasar hasta que alzando la mirada llegué a visualizar uno de los retratos que bailaba al ritmo de la música desde la pared. Entrecerré los ojos para poder observarlo mejor y solté una débil carcajada cuando me percate de que intentaba bailar, inútilmente,  con el retrato de una mujer varios cuadros de distancia.
Alguno de sus compañeros de pared debió de advertirle de mi presencia, ya que giró la cabeza para encontrarse al instante con la mía.
En cuanto fijó su mirada en mí, lo primero que pensé fue en esconderme tras el marco de la puerta pero algo me detuvo a hacerlo. No sé si su mirada amable o el haberlo visto bailar medio minuto atrás, pero cuando me hizo una seña para acercarme no dudé en hacerlo.
Con pasos pequeños llegué hasta el retrato hasta colocarme frente a la pared y poder observarlo mejor, a él y al resto de sus acompañantes, pudiéndome arrepentir al momento ya que un instante después la bebida de uno de los alumnos aterrizó sobre mi nuevo y hasta entonces impecable uniforme.
Di un pequeño pero enérgico chillido y no tardé en pasar las manos por mi pelo, comprobando si estaba seco o no. Me quité el sombrero reglamentario y una vez que pude ver que seguía intacto volví a ponérmelo.
No sé la atención que había llamado con mi pequeño grito, pero si fue la suficiente como para que un par de miradas curiosas se posaran en mí, y una de ellas se atreviera a acercarse.
— ¿No eres muy pequeña para estar aquí?— Preguntó un chico de melena rubia, dejando su bebida sobre una estantería acercándose a mí, con un perfecto acento francés.
Yo solo pude asentir rápidamente y antes de que pudiera proferir palabra alguna prosiguió.
—… Los alumnos de primero no están invitados. — Masculló cogiéndome de uno de los brazos sacándome de la habitación casi a rastras.
Pude detenerme antes de salir del todo, cerca de la puerta. Me deshice de su brazo lo más rápido que pude y observé el uniforme mojado antes de alzar la cabeza y comenzar a hablar.
—Me-me ha traído mi hermana…—Me excusé débilmente, trabándome al principio de la oración.
Pareció ser suficiente para él ya que relajó su postura y se agachó para quedar a mi altura. Por primera vez desde que llamé su atención en su rostro apareció algo parecido a una sonrisa, y arqueando una ceja preguntó con su marcado acento francés.
— ¿Y quién es tu hermana, petite rousse?
—Victoire. — Le respondí rápidamente comenzando a buscar a la susodicha con la mirada, y no tardé en aclarar— Weasley.
El alumno pareció saber de quién hablaba ya que su sonrisa se ensanchó con mi respuesta, y quitándome el sombrero acarició mi pelo con la mano que le quedaba libre.
—Tú y yo podemos llevarnos bien, oui —Murmuró más para él que para mí. Y tras ese pequeño comentario volvió a alzar la voz dirigiéndose claramente a mí— Un placer conocerte, soy Phillipe. ¿Cómo te llamas, petite rousse?
No me dio tiempo a decir mi nombre ya que mi hermana consiguió sacarme de la fiesta antes de que pudiera proferir palabra dejando a Phillipe atrás.
No entendía el enfado de mi hermana y parecía que no estaba por la voluntad de explicarlo. Tragué saliva cuando me preguntó que qué estaba haciendo, y agachando la cabeza le respondí murmurando que nada.
Ambas nos alejamos de la fiesta, comenzando a andar en silencio prácticamente a la vez, sin volver a dirigirnos la palabra en lo que quedaba de noche.
Hay quién considera que ir a una fiesta de alumnos mayores el primer día de de Beauxbatons es todo un logro, mientras que muchos otros pensarán que lo idóneo sería permanecer con el resto de alumnos de primero. Lo que yo puedo decir, es que mi primer día de colegio fue único.







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