Cómo no creo que haga falta introducción, esta vez no la tendréis.
Amaneció en Shell Cottage como una fría y
ventosa mañana en la que todo parecía indicar que nada había
cambiado salvo el olor de la mantequilla fundida que se deshace sobre
la sartén vieja de hierro tan grande y plana que podría servir de
espejo. Frente al fuego un hombre con el pelo rojizo recogido en una
coleta, pero pese a ello comenzaba a verse que por mucho que
quisiera, ya no era el joven que unos pocos años antes había sido
padre por primera vez. Frente a Bill Weasley la masa para hacer
crepés que ayer por la noche Fleur dejó preparada, y menos mal que
lo hizo, o si no el hubiera sido capaz de matar por intoxicación a
su princesita rubia, o eso pensaba él. Con sumo cuidado fue haciendo
una a una las crepés hasta que apiladas unas sobre otras alcanzaban
una altura similar a las manitas de Victoire y las puso sobre una
bandeja junto con una taza con té con azúcar, mucho azúcar antes
de comenzar a subir las escaleras con cuidado de no hacer ruido, no
quería despertar ni a su esposa ni a la pequeña bebe pelirroja que
dormía con Fleur. En ese momento sólo quería despertar a Victoire,
a la pequeña niña que dormía en la habitación del final del
pasillo. Con cuidado abrió la puerta, esperando poder despertar a la
niña, pero un grito inesperado le sorprendió haciendo peligar el
contenido de la bandeja que llevaba en las manos.
-¡PAPI! -chilló la niña rubia que ya
esperaba sentada en la cama, mirando a su padre con ojitos soñadores.
No podía llegar a entender como a la gente le daba miedo su padre si
era más guapo que su madre con creces.
-Victoire, ¿piensas dejar de hacerme esto
todos los años? -preguntó de la manera más retórica que pudo Bill
mientras se acercaba a la cama de la pequeña y dejaba el desayuno
sobre la mesilla- mi niña se hace mayor,¿ cuántos era ya? ¿Cinco,
cuatro?
- Seis -espetó la muchacha rubia marcando los
deditos con una enorme sonrisa en la que se podían ver que faltaban
un par de dientes.
Bill observo a su pequeña princesita y rió
con fuerza cogiéndola por las axilas, elevándola por encima de su
cabeza al sacarla de la cama. Sería cierto que Victoire había
cambiado cada vez más con la llegada de cada nuevo primo,
volviéndose una niña insoportable en cada momento familiar de los
Weasleys, siendo una copia exacta a su estirada tía. Pero en esos
momentos en los que sólo estaban padre e hija Victoire volvía a ser
aquella niña que sonreía y se reía en todo momento. Bill no pudo
evitar pensar que su hijita parecía dos personas completamente
diferentes, y eso le dolió. En cambio la pequeña Victoire sólo
reía y reía, habría pocas personas con las que se permitiera ser
ella misma, pero su papi era una de esas personas, él siempre le
hacia caso, siempre tenía un par de palabras cariñosas para ella,
siempre era sólo ella, salvo que la pelirroja perfecta apareciera.
Pero no, Vic no quería pensar en Dominique ahora. Ahora sólo quería
desayunar con su papi, salir después a recoger conchas e ir por la
tarde a la Madriguera para comer la tarta que la abuela había hecho
para ella, y que la gente fuera tan feliz que lloraran a escondidas.
Eso era lo que quería. No sabía que hora era cuando empezaron a
desayunar los dos juntos, pero el sol fue saliendo a medida que las
crepés fueron desapareciendo poco a poco. Pero este año al final no
había ningún papelito que le indicara la pista para encontrar su
regalo. Y eso no le gustó a Victoire.
- Papi, ¿y mi regalo? -pregunto Vic analizando
el plato, levantándolo para mirar si la nota esta esté año bajo
él.- ¿y mi regalo? -dijo con los ojos brillantes, pensando que
sería sólo una broma.
-Tu
regalo este año no va a ser algo físico -pronunció Bill con la
voz grave y la vista fija en la carita cambiante de su hija.-
cámbiate y nos iremos a por conchas. Te espero abajo -dijo como
última respuesta Bill antes de desaparecer por el quicio de la
puerta y que el ruido de las escaleras confirmara que había bajado
a la cocina a dejar los trastos sucios del desayuno. Con
rapidez Vic se levantó de la cama, buscando algo que ponerse
mientras tiraba el resto de la ropa del pequeño aparador por el
suelo de la habitación sin molestarse siquiera en recogerlo cuando
encontró la ropa que andaba buscando. Una melena rubia bajó
corriendo los escalones, casi de dos en dos hasta plantarse en la
puerta de la cocina mientras esperaba a que su padre apareciera por
las escaleras y fueran juntos a fuera. Seguro que este año su
regalo era tan grande que no cabía por la puerta, a lo mejor le
habían regalado un caballo. Sí, eso era, le habían regalado un
caballo. Victoire comenzó a dar saltitos junto a la puerta y se
abalanzó al exterior cuando Bill abrió la puerta, pero allí no
había nada. La cara desconsolada de Vic se fijo en la extrañada de
su padre que tras unos segundo comenzó a andar hacia la orilla del
mar, allí donde la arena húmeda y compacta no permite que te
hundas en ella. La pequeña veela agachó la cabeza y comenzó a
caminar al lado de su padre, arrastrando los pies hasta que llegaron
a una roca saliente, que se adentraba varios metros en el agua y
allí se sentaron.
-Victoire, ¿sabes lo que tu nombre
significa? -comenzó a hablar Bill con la vista perdida en el
horizonte
- Victoria- respondió la muchacha
rubia sin comprender lo que quería decir su padre con eso.
-Eso mismo. Creo que ya va siendo hora
de que conozcas el por qué de tu nombre-
La voz del pelirrojo cambió
al comenzar el relato, contándole a la pequeña todo lo que
recordaba de aquella guerra, no sólo de la batalla que había
sucedido ocho años atrás. La niña no podía hacer nada más que
estar callada, escuchando como cuando su madre fue a Hogwarts un
chico murió, y cómo un sádico hombre lobo llamado Greynosequemás
le había hecho las cicatrices que ahora recorrían el rostro de su
padre. Los sucesos se sucedieron, y las palabras comenzaban a ser más
costosas cada vez en los labios de Bill. Pero cuando llegaron a la
última noche, las lágrimas comenzaron a caer primero por las
mejillas de Bill y después por las de Victoire, que no decía nada,
pero no porque no quisiera, si no porque no sabía que podría decir,
hasta que su padre le contó como se enteró de la muerte de su
hermano, como había visto a su abuela llorando desconsolada al lado
del cuerpo de uno de sus hijos, como su familia había sido
destruída. Pero lo siguiente que la pequeña escuchó fue peor, un
par de nombres, sólo eso: Remus y Tonks. Su mente sólo pudo irse
con Teddy, su Teddy, el Teddy que nunca estaba en su cumpleaños, y
ahora entendía el porque de todo. Cuando Bill terminó el relato, se
quedaron callados los dos, mirándose el uno al otro hasta que fue
Victoire quien hablo con el corazón en un puño y la voz rota.
- Papi, quiero llevarle chocolate a
Remus- dijo en una sentencia firme. Si a Teddy le gustaba el
chocolate, a Remus también habría de gustarle.
Nunca me atreví a preguntarte como te enteraste tú de todo...y ahora que lo leo me ha emocionado,tu cumpleaños está marcado por un alma de doble filo,pero estoy seguro que tio Fred junto a los demás como Remus y Tonks,eligieron el día de tu nacimiento para que tu nombre fuera más grande.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho.
Un beso,Albus.
El día de mi cumpleaños no es un día para reír o emborracharte, es algo más. Algo mucho más fuerte y complejo que todo aquello. Me siento orgullosa de él, pero nunca podré celebrar ese día de una manera "común".
EliminarMe alegro de que te haya gustado. Es algo que quería compartir desde hace tiempo.
Un fuerte abrazo, Victoire
Agshdjshadakñ me encanta cómo escribes, eso para empezar. Y luego, la historia. ¡No sabía nada de eso! Ha sido muy bonito leerlo desde tu punto de vista, de veras. Me ha encantado, cómo poco.
ResponderEliminarUn beso.<3
Otra de tus genialidades rubia.
ResponderEliminarGracias por compartir esto con nosotros, es muy bonito y tu padre muy valiente.
PD. ¿Tan raro es que me vea a mí mismo muy Bill y a ti muy dragoncita? Aunque nunca tendré la templanza de tu padre claro.
Espero que nunca tengas que verte en la coyuntura de tener que contarle nada así a nuestros... a tus hijos. Y sí, un poco raro lo es.
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