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2 de Mayo


Cómo no creo que haga falta introducción, esta vez no la tendréis.



Amaneció en Shell Cottage como una fría y ventosa mañana en la que todo parecía indicar que nada había cambiado salvo el olor de la mantequilla fundida que se deshace sobre la sartén vieja de hierro tan grande y plana que podría servir de espejo. Frente al fuego un hombre con el pelo rojizo recogido en una coleta, pero pese a ello comenzaba a verse que por mucho que quisiera, ya no era el joven que unos pocos años antes había sido padre por primera vez. Frente a Bill Weasley la masa para hacer crepés que ayer por la noche Fleur dejó preparada, y menos mal que lo hizo, o si no el hubiera sido capaz de matar por intoxicación a su princesita rubia, o eso pensaba él. Con sumo cuidado fue haciendo una a una las crepés hasta que apiladas unas sobre otras alcanzaban una altura similar a las manitas de Victoire y las puso sobre una bandeja junto con una taza con té con azúcar, mucho azúcar antes de comenzar a subir las escaleras con cuidado de no hacer ruido, no quería despertar ni a su esposa ni a la pequeña bebe pelirroja que dormía con Fleur. En ese momento sólo quería despertar a Victoire, a la pequeña niña que dormía en la habitación del final del pasillo. Con cuidado abrió la puerta, esperando poder despertar a la niña, pero un grito inesperado le sorprendió haciendo peligar el contenido de la bandeja que llevaba en las manos.

-¡PAPI! -chilló la niña rubia que ya esperaba sentada en la cama, mirando a su padre con ojitos soñadores. No podía llegar a entender como a la gente le daba miedo su padre si era más guapo que su madre con creces.

-Victoire, ¿piensas dejar de hacerme esto todos los años? -preguntó de la manera más retórica que pudo Bill mientras se acercaba a la cama de la pequeña y dejaba el desayuno sobre la mesilla- mi niña se hace mayor,¿ cuántos era ya? ¿Cinco, cuatro?

- Seis -espetó la muchacha rubia marcando los deditos con una enorme sonrisa en la que se podían ver que faltaban un par de dientes.

Bill observo a su pequeña princesita y rió con fuerza cogiéndola por las axilas, elevándola por encima de su cabeza al sacarla de la cama. Sería cierto que Victoire había cambiado cada vez más con la llegada de cada nuevo primo, volviéndose una niña insoportable en cada momento familiar de los Weasleys, siendo una copia exacta a su estirada tía. Pero en esos momentos en los que sólo estaban padre e hija Victoire volvía a ser aquella niña que sonreía y se reía en todo momento. Bill no pudo evitar pensar que su hijita parecía dos personas completamente diferentes, y eso le dolió. En cambio la pequeña Victoire sólo reía y reía, habría pocas personas con las que se permitiera ser ella misma, pero su papi era una de esas personas, él siempre le hacia caso, siempre tenía un par de palabras cariñosas para ella, siempre era sólo ella, salvo que la pelirroja perfecta apareciera. Pero no, Vic no quería pensar en Dominique ahora. Ahora sólo quería desayunar con su papi, salir después a recoger conchas e ir por la tarde a la Madriguera para comer la tarta que la abuela había hecho para ella, y que la gente fuera tan feliz que lloraran a escondidas. Eso era lo que quería. No sabía que hora era cuando empezaron a desayunar los dos juntos, pero el sol fue saliendo a medida que las crepés fueron desapareciendo poco a poco. Pero este año al final no había ningún papelito que le indicara la pista para encontrar su regalo. Y eso no le gustó a Victoire.

- Papi, ¿y mi regalo? -pregunto Vic analizando el plato, levantándolo para mirar si la nota esta esté año bajo él.- ¿y mi regalo? -dijo con los ojos brillantes, pensando que sería sólo una broma.

-Tu regalo este año no va a ser algo físico -pronunció Bill con la voz grave y la vista fija en la carita cambiante de su hija.- cámbiate y nos iremos a por conchas. Te espero abajo -dijo como última respuesta Bill antes de desaparecer por el quicio de la puerta y que el ruido de las escaleras confirmara que había bajado a la cocina a dejar los trastos sucios del desayuno. Con rapidez Vic se levantó de la cama, buscando algo que ponerse mientras tiraba el resto de la ropa del pequeño aparador por el suelo de la habitación sin molestarse siquiera en recogerlo cuando encontró la ropa que andaba buscando. Una melena rubia bajó corriendo los escalones, casi de dos en dos hasta plantarse en la puerta de la cocina mientras esperaba a que su padre apareciera por las escaleras y fueran juntos a fuera. Seguro que este año su regalo era tan grande que no cabía por la puerta, a lo mejor le habían regalado un caballo. Sí, eso era, le habían regalado un caballo. Victoire comenzó a dar saltitos junto a la puerta y se abalanzó al exterior cuando Bill abrió la puerta, pero allí no había nada. La cara desconsolada de Vic se fijo en la extrañada de su padre que tras unos segundo comenzó a andar hacia la orilla del mar, allí donde la arena húmeda y compacta no permite que te hundas en ella. La pequeña veela agachó la cabeza y comenzó a caminar al lado de su padre, arrastrando los pies hasta que llegaron a una roca saliente, que se adentraba varios metros en el agua y allí se sentaron.

-Victoire, ¿sabes lo que tu nombre significa? -comenzó a hablar Bill con la vista perdida en el horizonte

- Victoria- respondió la muchacha rubia sin comprender lo que quería decir su padre con eso.

-Eso mismo. Creo que ya va siendo hora de que conozcas el por qué de tu nombre- 

La voz del pelirrojo cambió al comenzar el relato, contándole a la pequeña todo lo que recordaba de aquella guerra, no sólo de la batalla que había sucedido ocho años atrás. La niña no podía hacer nada más que estar callada, escuchando como cuando su madre fue a Hogwarts un chico murió, y cómo un sádico hombre lobo llamado Greynosequemás le había hecho las cicatrices que ahora recorrían el rostro de su padre. Los sucesos se sucedieron, y las palabras comenzaban a ser más costosas cada vez en los labios de Bill. Pero cuando llegaron a la última noche, las lágrimas comenzaron a caer primero por las mejillas de Bill y después por las de Victoire, que no decía nada, pero no porque no quisiera, si no porque no sabía que podría decir, hasta que su padre le contó como se enteró de la muerte de su hermano, como había visto a su abuela llorando desconsolada al lado del cuerpo de uno de sus hijos, como su familia había sido destruída. Pero lo siguiente que la pequeña escuchó fue peor, un par de nombres, sólo eso: Remus y Tonks. Su mente sólo pudo irse con Teddy, su Teddy, el Teddy que nunca estaba en su cumpleaños, y ahora entendía el porque de todo. Cuando Bill terminó el relato, se quedaron callados los dos, mirándose el uno al otro hasta que fue Victoire quien hablo con el corazón en un puño y la voz rota.

- Papi, quiero llevarle chocolate a Remus- dijo en una sentencia firme. Si a Teddy le gustaba el chocolate, a Remus también habría de gustarle.