Un sonoro portazo retumbó en la pequeña estancia cuando Vic cerró la puerta con fuerza. No, no había nada bueno para ella, ni si quiera el mundo podría tener algo de sentido ahora. Fuera, en Londres llovía, como cualquier día más, como otro día más. La única diferencia es que ahora también lloraba ella.
No esperaba que el amor surgiera rápido, no quería dejarse llevar a una relación tan duradera y complicada como la que tuvo con Jem. Por una vez, abandonó su parte racional y sólo se dejó guiar. Sin pensar, sin cuestionarse el cómo o por qué, se encontraba besando los labios de aquel joven que la transportaban a mundos que no hubiera llegado a pensar. Caricias que le movían las mariposas del estómago, y la hacían temblar como una hoja al viento.
No, no había planeado nada, porque por una vez se volvía a sentir ella, sin tapujos ni tapaderas. Sólo ella. No había explicaciones que dar, nadie con quién contar. Por eso no se protegió, porque por una vez parecía que la vida le sonría, que el mundo empezaba a brillar, que por fin el mundo tenía razón y a algo maravilloso le iba a suceder.
Acurrucada, abrazando las piernas a su pecho y llorando pensó en las pocas palabras que se dijeron, en la felicidad que durante unos breves intantes parecía reinar en su vida. Lloró, lloró por las esperanzas falsamente construidas, en las ideas que apenas eran para unos días después, en los viajes que aún ni si quiera se habían imadinado. Lloró. Y no había nadie que fuera a consolarla, que simplemente le prometiese que eso volvería a salir bien. No. Por una vez no iba a ser fuerte, se había cansado de ser la mujer de hierro, la impasible, la que nunca se fiaba de los demás. En aquel instante Vic sólo era esa niña que corría a acurrucarse con sus padres en las noches de tormenta, que lloraba cuando se caía y a la que sólo calmaba el color azul de Teddy en el pelo.
La vuelta a Londres, aquella que por un instante parecía ir viento en popa, volvía a torcerse. Recordándole a la muchacha rubia que aún tenía mucho por lo que dar explicaciones.
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Otro cumpleaños más
Mucho hacía que no me pasaba por aquí, tanto como hace casi dos años. Lo cierto es que en muchos aspectos lo he añorado, tanto como para volver a escribir. El texto de hoy es algo que subí a Twitter el dos de mayo, algo que cada año he ido haciendo. Asique, así os dejo todos los post en un mismo texto. Espero que os guste.
La mañana
había amanecido como todas las anteriores, pero no quería levantarme. Nunca lo
había querido hacer el día de mi cumpleaños, y eso no cambiaría por
muchos años que pasasen. Tuve que arrastrarme para poder salir de la cama y
llegar hasta la cocina, teniendo que prepararme el desayuno con una mezcla de
sueño, apatía malestar en el estómago que no permitió que me tomase más de
media taza de té. La pequeña bolsa de papel que había sobre la encimera me
observaba. Me miraba esperando a que llegase su momento, un momento que ya no
podía rechazar más el instante que definía ese día. Un pantalón negro y una
chaqueta del mismo color fue lo único que se veía de mi ropa cuando comencé a
dar vueltas en medio del salón para acabar apareciéndome a las afueras de un
pequeño pueblo y un tanto lejos del recinto al que me dirigía. El
camino lo hice sola, en silencio, pensando y pensando en todo lo que sucedió
años atrás, haciendo un resumen de otra de las personas que habían pasado
aquellas horribles horas en Hogwarts.
Para cuando llegué a la puerta del cementerio,
las gafas de sol ya sólo cubría lía ojos rojos de los que no paraban de brotar
lágrimas y más lágrimas. Camine entre las lapidas que se sucedian hasta que
llegue al borde de un pequeño bosquete, sin que por ello dejase de caminar,
queriendo llegar hasta el centro del mismo, delante de una única esquela. En
ella sólo había una pequeña inscripción: "Remus y Tonks Lupin". La
primera vez que vine hasta aquí mi padre me contó que realmente Tonks
era el apellido de la madre de Teddy, pero que a fuerza de que no quería que la
llamasen por su nombre, acabó siendo únicamente Tonks. Algunos años hablaba con
ellos hasta que me quedaba sin voz, otros llegaba y me iba sin casi acercarme
lo suficiente como para leer las letras. Este año, sin saber que decir sólo me
senté y saqué lo que había en la pequeña bolsa de papel que llevaba desde que
me desaparecí: una tableta de chocolate para Remus y unos bombones de colores
chillones para Tonks. No había flores, no había ruido si quiera. No. Este día,
el dos de mayo, es un día en el que siempre era mejor callar y sólo dejar
pasar. Un día en el que nadie pensaba para si, sólo en aquellos que había
dejado tras de si, en aquellos que había luchado por algo mejor y por los que
gracias a su esfuerzo yo podía estar allí llorando. Porque sí, estaba orgullosa
de mi nombre, pero también sabía que aquel no era un día sólo feliz. Sabía
perfectamente que tanto mi abuela como George habrían pasado toda la noche
llorando, que Teddy y Andromeda no habrían pegado ojo, que mi padre tendría un
humor un poco cambiante que sólo mi madre podría apaciguar, que mi tío Harry
habría vuelto al bosque prohibido intentando encontrarse de nuevo con aquellos
que estuvieron a su lado cuando luchaba contra Voldemort. No... No era un día
de celebración, era un día para recordar más que de celebrar. Este año sólo
lloré, lloré por impotencia, por no poder evitarlo, por todos los que podría
haber conocido y los que no. No, no cambiaría e. Absoluto lo que pasó, eso era
algo que ya tenía más que claro, pero de vez en cuando alguien tenía que hacer
por quienes murieron, y este año. Este año lo hacía yo.
Beauxbatons, le dernière prentier de Versailles
Después de una pequeña explicación de como es esa institución que apenas conocéis; creo que es necesario contaros un poco como es el día a día en el colegio.
La mañana comienza sobre las ocho con el desayuno en la sala común que se separan por cursos; como no nos encontramos divididos por casas, las salas son mucho más amplias y espaciosas que las Hogwarts; aunque también se pasa en ellas mucho más tiempo que en las salas comunes inglesas. La decoración es similar en todas ellas, pero guardan un sentido estético diferente entre sí, no son sólo los lugares de reunión, sino que ha de saberse estar en esos lugares con la corrección que se te impone. Siempre tienes un ojo mirándote salvo en las estancias privadas de cada una. Las habitaciones son individuales, de forma rectangular con un gran ventanal que ocupa la mayor parte de una de las paredes, se ilumina el cuarto. El resto de la decoración se compone por un escritorio-tocador; un armario y una cama de gran tamaño. Los baños son compartidos por dos cursos, salvo los alumnos de último año que poseen un baño para un solo curso.
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Sala común. 5º Curso |
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Sala común, 1º Curso |
En un día normal de clases, el colegio comienza a despartarse sobre las 7 de la mañana. Cada curso desayuna en su sala común. El comienzo de las clases se da a las 8, durando hasta el descanso de 12:30 a 13:15, comiendo algo antes de seguir con el resto de clases que continúan hasta las tres de la tarde; dándose por finalizadas el horario teórico. Las cenas se realizan a las siete de la noche en el gran comedor. Es por la mañana cuando se cursan las asignaturas normales y comunes en todas las escuelas de magia (encantamientos, pociones, defensa contra las artes oscuras, historia de la mágia, etc). Pero en muchos casos, la propia historia del colegio ha dado como resultado el aprendizaje de hechizos anticuados y que no son aplicables a la vida real. Pero pese a ello, se cursan con normalidad desde hace décadas. El horario de las tardes, a partir de las tres, es un poco más diverso; es en este tiempo cuando se imparten las clases de ballet o esgrima (las alumnas NUNCA dan esgrima) y equitación. Las clases de protocolo y bailes de salón tienen lugar los fines de semana después de la cena en el gran comedor siendo el lugar del primer contacto entre una pareja, aunque no el último.
En un día normal, el tiempo restante hasta media noche, momento en el que está totalmente prohibido estar fuera de tu habitación, suele gastarse para estudiar, mirar libros en la biblioteca o pasar el tiempo en los jardines interiores que tiene el castillo. Tampoco es raro que los fines de semana se nos permita vagar por el pueblo que está bajo el castillo. Cuando el buen tiempo reina, no es extraño que las pequeñas calas que posee el promontorio se llenen de grupos pequeños para pasar allí el mayor tiempo posible.
Le premier baiser
Bien, esto viene por una pregunta nueva de Ask. La pregunta es esta Y la respuesta la dejo más abajo. Espero que os guste, y si queréis comentar ya sabéis dónde hacerlo.
Era una tarde fría y oscura de Noviembre. Apenas eran las seis de la tarde y el sol ya se había puesto. En el cielo sólo brillaban las estrellas mientras que la luna estaba oculta. Aquellos días eran en los que Victoire se sentía más sola que nunca, y no sabía porqué. Tenía todo lo que quería, era Vic, Victoire, o incluso Delacour. Tenía lo que siempre había deseado, tenía lo que todos querían, pero no podía dejar de pensar en lo que había pasado años atrás, en aquello en lo que llevaba pensando meses y no se podía quitar de la cabeza.
La Madriguera, cuatro de una de las tardes más calurosas que había tenido todo el verano. El viento apenas soplaba y sólo se podía estar o bien dentro de la destartalada casa, y sólo una cabellera rubia se encontraba en la sobra que el árbol que había cerca. Siempre sola, siempre apartada de los demás que parecían haberse acostumbrado a vivir sin ella. Y que cuando tenían que convivir con aquella muchachita rubia sólo rezaban para poder escapar de allí lo antes posible. Un libro en el regazo, y un pequeño susurro en un melódico francés era lo único que allí se podía escuchar, pero con mucha atención. Una figura de pelo azul salió de la casa para acercarse hasta la muchacha, y sentarse a la sombra que el árbol brindaba cuando estaba cerca. El susurro cesó, y durante unos instantes antes de que Teddy dijera nada.
- Vic, ¿estás segura de que quieres irte a Francia? Aún quedan dos años para que tengas que empezar el colegio, y ....
- Oui -pronunció ella levantando la mirada del libro y cortando el discurso que él traía. Con esa apariencia tan adulta que parecía mostrar siempre, con esa coraza incluso con la única persona que siempre la había querido- Beauxbatons es mucho mejor colegio que Hogwarts, es menos peligroso y el uniforme es mucho más bonito.
- Pero Vic, por eso no tienes que irte antes. Y el francés no es una escusa
- Teddy, no voy a cambiar de opinión. Me voy a la France. Está decidido -repitió cortando de nuevo al peliazul que agacho la mirada y comenzó a juguetear con la hierba.
Así era Vic, tozuda hasta la saciedad, obcecada como lo fuera Bill y una protectora de sus sentimientos como Fleur. No dejaba que nadie se acercara a ella, que nadie la conociera. Y si la conocías, daba igual. Lo único importante era parecer fuerte, decidida e inamovible. Cosa que a Teddy le conseguía sacar de quicio. No entendía la postura de la muchacha rubia, y no se creía que tuviera problemas con el francés y por eso se fuera dos años antes de empezar el colegio con su tía; es más, estaba casi seguro de que el echo de que su madre estuviera esperando un bebé tenía mucho que ver con el repentino interés de Victoire en ir a estudiar a Francia. Pero... luchar contra ella, por mucho que aún tuviera nueve años, era como darse de cabezazos contra una pared que no se rompería antes que tu cabeza. Resignado se alzó para volver a la Madriguera y el ambiente fresco que ella le brindaba mientras Vic volvía a la lectura de su libro favorito. Pero algo movió al chaval y lo único que supieron ambos con certeza es que los labios del uno estaban sobre los del otro, y segundos después una mata de pelo rojizo corría hasta la casa mientras que la rubia se quedaba sentada y paralizada.
De esa tarde había pasado ya mucho tiempo, pero desde finales de ese verano las cosas habían cambiado. Nunca le dio importancia a ese beso tonto, no más allá del primer mes, pero desde aquella bronca con Teddy... Todo se había salido de madre, ella le llamó "acoplado de familias", "huérfano carente de amor"; y él a ella "niña malcriada" y "criaja insensible". Desde entonces todo parecía haber ido a peor. Y esa pequeña tontería había vuelto a la memoria de Victoire. ¿Qué quería decirle su cabeza? ¿Por qué no desaparecía otra vez en su memoria como había sucedido durante casi 4 años? ¿Por qué la atormentaba de aquella manera?
Y tuvo que llegar ella (parte II)
Bien, después de más de dos meses sin acordarme de entrar por aquí. Tengo el placer de colgar, de una vez por todas, el final de ese pequeño relato que supuso la entrada de Dominique en Beauxbatons.
Sólo recordaros, otra vez, que este vez el escrito no pertenece sólo a mi, sino que ha sido posible gracias a MI Dom, esa Dom tan genial que es la pelirroja odiable más adorable de todo el mundo. No llegue a decirlo la vez anterior, pero al igual que otras muchas cuentas, para mi tu Dominique, es DOMINIQUE. Y defenderé esas palabras cueste lo que cueste.
Después de este momento tan más noño de lo normal, os dejo la otra parte del relato. La primera la tenéis aquí . Y esta vez espero poder leer algún comentario vuestro.
El interior del salón de los chicos de
último curso pareció rugir cuando entré por la puerta. No podía esperar nada
como lo que había allí. Incluso las siluetas barrocas que vagaban por los
campos pintados en los grandes cuadros bebían y gritaban con nosotros,
interactuando con aquellos que estaban lo suficientemente ebrios como para
hacerles caso. Las botellas flotaban por el aire, mientras que la madera de las
mesas apenas se podía distinguir entre los montones y montones de comida y
dulces que allí había. Todo era perfecto, y había decidido que no me lo
perdería por nada. Ni siquiera por ella.
Arléne me estaba esperando incluso antes
de poder acercarme a ella. No hizo falta ni una mirada para saber lo que había
ocurrido, y apartó a Phillipe de un manotazo para comprobar dónde se hallaba la
pequeña pelirroja que había traído conmigo. Trate de quitarle importancia, y
aproveche el paso de una botella vacía sobre mi cabeza para dejar el sombrero
allí y: ya que estaba, coger otra de las botellas que aún estaba sin abrir. Sin
dudarlo, abrí la botella lanzando el corcho en dirección a la puerta, suponía
que la insulsa de mi hermana estaría allí aún. No tendría el valor para moverse
de la puerta. O eso era lo que yo supuse.
La mañana no podía ser mejor, hasta que
descubrí aquello que nunca debía de pasar: Phillipe hablando con la maldita
pelirroja. ¿Se podía saber que estaba haciendo? Sin pensarlo cogí a Arléne del
brazo, sin molestarme que me estuviera golpeando con su puño hasta que vio
hacia dónde nos encaminábamos. Phillipe se giró en cuando me escucho gritar su
nombre, y sin apartar la vista de mi cara siguió a Arléne hasta una de las
mesas.
- Vamos fuera - le espeté a mi hermana,
con el mismo tono que magmi usaba con nosotras, ese tono que no auguraba nada
bueno. El silencio del pasillo se vio roto cuando los pequeños taconcitos que
Dominique llevaba pisaron las baldosas vidriadas que acentuaban aún más la
sensación de luz y magnificencia que se respiraba por todo el castillo.
- ¿Se puede saber qué estabas haciendo?
-fueron mis únicas palabras, esperando a que ella hablase ¿Acaso sabía con quién
estaba hablando? No pareció responder, pero yo no podía permitir que volviera a
entrar, y así la bonita pelirroja de mirada encantadora volvió a tener que ser
el centro de atención. Con resignación saque la varita para convocar el
sombrero que aún se mantenía sobre la botella vacía de champange, y la chaqueta
azul que reposaba sobre uno de los respaldos de las sillas. En silencio
volvimos a caminar por los solitarios pasillos que nos alejaban de la fiesta, y
que sólo me acercaban a lo que fuera mi tortura: tener que soportar que la
princesita pelirroja entrara en escena sin que yo pudiera hacer nada.
En cuanto mi hermana
abrió la puerta y se perdió entre la multitud morderme con fuerza el labio fue
lo único que pude hacer después de dar un pequeño, casi instintivo, brinco
hacia atrás.
Desde fuera de la
habitación comencé a observar e inspeccionar el lugar todo lo que mi
altura podía permitir, frunciendo el ceño levemente. Me apresuré a dar un paso
hacia atrás cuando me percaté de que al chico más próximo a la puerta se le
caía el vaso de bebida que sujetaba torpemente entre sus manos y volviendo a
morderme el labio con más fuerza que antes me recoloqué correctamente el
sombrero que Mademoiselle Renoir había obligado a ponernos.
Sin poder pronunciar
palabra alguna, sin ser siquiera capaz de abrir la boca me atreví a asomar la
cabeza por la puerta, observando una vez más el lugar, completamente
paralizada.
No sé el tiempo que
pasé así ni el que me quedaba por pasar hasta que alzando la mirada llegué a
visualizar uno de los retratos que bailaba al ritmo de la música desde la
pared. Entrecerré los ojos para poder observarlo mejor y solté una débil
carcajada cuando me percate de que intentaba bailar, inútilmente, con el
retrato de una mujer varios cuadros de distancia.
Alguno de sus compañeros
de pared debió de advertirle de mi presencia, ya que giró la cabeza para
encontrarse al instante con la mía.
En cuanto fijó su
mirada en mí, lo primero que pensé fue en esconderme tras el marco de la puerta
pero algo me detuvo a hacerlo. No sé si su mirada amable o el haberlo visto
bailar medio minuto atrás, pero cuando me hizo una seña para acercarme no dudé
en hacerlo.
Con pasos pequeños
llegué hasta el retrato hasta colocarme frente a la pared y poder observarlo
mejor, a él y al resto de sus acompañantes, pudiéndome arrepentir al momento ya
que un instante después la bebida de uno de los alumnos aterrizó sobre mi nuevo
y hasta entonces impecable uniforme.
Di un pequeño pero
enérgico chillido y no tardé en pasar las manos por mi pelo, comprobando si
estaba seco o no. Me quité el sombrero reglamentario y una vez que pude ver que
seguía intacto volví a ponérmelo.
No sé la atención que
había llamado con mi pequeño grito, pero si fue la suficiente como para que un
par de miradas curiosas se posaran en mí, y una de ellas se atreviera a
acercarse.
— ¿No eres muy pequeña
para estar aquí?— Preguntó un chico de melena rubia, dejando su bebida sobre
una estantería acercándose a mí, con un perfecto acento francés.
Yo solo pude asentir
rápidamente y antes de que pudiera proferir palabra alguna prosiguió.
—… Los alumnos de
primero no están invitados. — Masculló cogiéndome de uno de los brazos
sacándome de la habitación casi a rastras.
Pude detenerme antes de
salir del todo, cerca de la puerta. Me deshice de su brazo lo más rápido que
pude y observé el uniforme mojado antes de alzar la cabeza y comenzar a hablar.
—Me-me ha traído mi
hermana…—Me excusé débilmente, trabándome al principio de la oración.
Pareció ser suficiente
para él ya que relajó su postura y se agachó para quedar a mi altura. Por
primera vez desde que llamé su atención en su rostro apareció algo parecido a
una sonrisa, y arqueando una ceja preguntó con su marcado acento francés.
— ¿Y quién es tu
hermana, petite rousse?
—Victoire. — Le
respondí rápidamente comenzando a buscar a la susodicha con la mirada, y no
tardé en aclarar— Weasley.
El alumno pareció saber
de quién hablaba ya que su sonrisa se ensanchó con mi respuesta, y quitándome
el sombrero acarició mi pelo con la mano que le quedaba libre.
—Tú y yo podemos
llevarnos bien, oui —Murmuró más para él que para mí. Y tras ese pequeño
comentario volvió a alzar la voz dirigiéndose claramente a mí— Un placer
conocerte, soy Phillipe. ¿Cómo te llamas, petite rousse?
No me dio tiempo a
decir mi nombre ya que mi hermana consiguió sacarme de la fiesta antes de que
pudiera proferir palabra dejando a Phillipe atrás.
No entendía el enfado
de mi hermana y parecía que no estaba por la voluntad de explicarlo. Tragué
saliva cuando me preguntó que qué estaba haciendo, y agachando la cabeza le
respondí murmurando que nada.
Ambas nos alejamos de
la fiesta, comenzando a andar en silencio prácticamente a la vez, sin volver a
dirigirnos la palabra en lo que quedaba de noche.
Hay quién considera que
ir a una fiesta de alumnos mayores el primer día de de Beauxbatons es todo un
logro, mientras que muchos otros pensarán que lo idóneo sería permanecer con el
resto de alumnos de primero. Lo que yo puedo decir, es que mi primer día de
colegio fue único.
Y tuvo que llegar ella
Bien, me dispongo a presentaros una nueva entrada. Esta vez no es sólo mía, y eso me reconforta. Esta entrada, y la de mañana también, son posibles gracias al trabajo de Dominique, mi Dominique.
Me gustaría que os gustara tanto como me gusta a mi, y eso es hasta complicado. Pero seguro que por lo menos no os pasa desapercibida.
Leer, comentar y dejar los comentarios que queráis. El apartado de abajo, es todo vuestro.
Primer día del curso,
otra vez, y como no me tocaba estar entre las niñas de tercero aguantando el
tirón. Parecía ser que a la directora no le importaba verme sufrir, ya llevaba
tres años aguantando tener que enseñarle el colegio a alguna pequeña fracasada
que entraba nueva, ¿por qué me habrían pillado en la habitación de Arléne a
esas horas? Y para colmo, desde entonces mi padre me miraba con esos ojos
decepcionados siempre... Sea como fuere, allí estaba yo, entre niñitas
emocionadas por empezar su tercer año mientras que me perdía la fiesta de
inauguración del último curso de Arléne y les harpies con
botellas de Moët Chandon. Una a una, Mademoiselle Renoir
fue llamando a todas las muchachillas de la lista, asignándoles a una pequeña
"promesa", mientras que retrasaba mi obligación lo más posible.
- Blou... No, tú no;
mejor tú, Weasley
Mi ceño fruncido, se
marcó aún más al escuchar ese apellido, me separe de la pared molesta,
cabreada. Hacía mucho que había dejado de ser una Weasley en Francia, no, yo
era una Delacour, nadie se dirigía de otro modo, salvo, claro, Mademoiselle Renoir.
Me dedico una de esas sonrisas que a poco que se conociera a Mademoiselle Aponine
se sabía que mucho distaban de ser ciertas.
-Tu turno, Victoire
-pronunció con ese tono de autosuficiencia que usaba siempre conmigo, marcando
su importancia jerárquica más elevada que la mía. Ese férreo rencor hacia mi
tía le generaba un odio inexplicable hacia mi.
Por primera vez mire
con recelo a la pequeña fracasada a la que tendría que custodiar hoy. No, no
podía estar viendo esa cabellera pelirroja perfectamente ordenada, con un
elegante lazo blanco que tanto resaltaba en ella; esos ojos azules, pero de ese
azul grisáceo que tanto distaba de mi azul celeste; esas pecas que tan bien
quedaban en las pequeñas mejillas, no, ella no. De todas las fracasadas ella
no. Mis pies se clavaron al suelo, y las manos se cerraron clavando las uñas en
la palma de mi mano. Una blanca mano perfectamente lisa, cuidada se posaba en
el hombro de Dominique, eso ya era demasiado. Sabía que tendría que enfrentarme
a mi familia esa noche durante la cena, no todos los días volvía la mejor
estudiante del último siglo a su antigua escuela, pero había rezado por no tener
que verles hasta la noche. Pero, no, allí estaban: mi padre mirándome con esos
ojos decepcionados de siempre que hacían que el corazón se me encogiera en el
pecho, mi madre tan perfecta como siempre analizando mis reacciones con una
mirada calculadora, y la pequeña Dominique... Tan querida por todos, tan
calmada en todo momento, tan callada que daba hasta miedo, tan, tan, tan....
Mirándome con ese brillo de emoción y adoración que siempre se gastaba
conmigo. No, ella no, la sonrisa de Mademoiselle Renoir se
hizo aún más grande al ver mi reacción.
- Victoire -sonó la voz
de Dom con ese perfecto francés sin restos del deje inglés que tan claros era
cuando yo hablaba.
Sabía que todos me
estaban mirando, analizando mis reacciones al mínimo, recordando que es lo que
debía hacer puse la sonrisa que tan típica se había vuelto cuando tenía que
estar con los Weasleys, ya sabía que mi padre comprobaría que era falsa; pero
sería lo que más obtendría. Sería quien ellos creían que era.
Con el poco arrojo que
me quedaba me moví, diciéndole con el brazo que pasara. La sonrisa de Dominique
se hizo aún más grande y después de despedirse de mis padres comenzó a andar
como si diera pequeños saltitos de alegría mientras miraba a todos lados con la
vista puesta hasta en el menor detalle, como si todo fuera un mundo por
descubrir. Yo no podía evitar pensar que todo se acababa, mi mundo, mi terreno,
todo se acababa, fuera como fuese Dominique se las había arreglado para volver
a estropear mi felicidad entrando con ese pelo rojo y esa vitalidad que siempre
la habían hecho destacar
Aún recuerdo los
relatos que nos contaban mis padres a Louis y a mí cuando éramos más pequeños.
Cada día, antes de irnos a dormir magmi Fleur encendía un pequeño candil, y
junto con pagpi Bill, nos contaba sus historias a la luz de las velas.
Tanto Louis como yo
escuchábamos a nuestros padres con brillo de emoción y adoración en
nuestra mirada. Éramos completamente absorbidos por cada historia, cada
relato, cada pequeño recuerdo que nos contaran y nos manteníamos atentos
a cada pequeño detalle que ellos relataran.
A mí me hubiera
gustado pasar ese tiempo con Victoire antes de irnos a dormir peinándonos la
una a la otra mientras escuchábamos los relatos de nuestros padres, pero desde
siempre se había considerado demasiado mayor para escuchar esas historias.
A Louis le encantaba
escuchar la boda de mis padres, cómo tuvieron que huir de un momento a otro, a
pesar de que ninguno de los dos entendíamos el porqué y tampoco nos molestamos
en preguntarlo por miedo a que respuesta pudieran darnos.
Pero sin duda
alguna mi historia favorita era el primer día en Beauxbatons de ma mére.
Lo describía
perfecto; con tanta clase, tan majestuoso, tan Delacour… un palacio francés en
todo su esplendor. Cuándo escuchaba de él a la luz de las velas me lo imaginaba
enorme y después de tantos años de hacer falsas suposiciones sobre él y
ver viejas fotografías, por fin podía observarlo con mis propios ojos.
Da igual las veces
que hubiera escuchado a mi madre describirlo, no importaba los dibujos que me
hubiera enseñado ma tante Gabrielle; para poder imaginarte l’académie de
Beauxbatons cómo verdaderamente es debes haber estado allí.
Mis pequeños pasos
repiqueteaban en el impecable suelo de mármol del palacio mientras observaba
todo lo que se encontraba alrededor de mí; desde la más grande de las
esculturas de cristal hasta el más pequeño detalle en las barandillas de las
majestuosas escaleras de caracol.
Victoire iba un par
de metros delante de mí, con el ceño fruncido por haber tenido que obedecer a
Madeimoselle Renoir, y apresuré el paso para llegar a su altura.
— ¿Me vas a enseñar
el colegio?— Me atreví a preguntarle una vez al lado suyo.
Ella asintió
levemente, suspirando de mala gana, y se dirigió hacia las escaleras de caracol
empezando a subir los primeros escalones.
La seguí lo más
rápido que pude y una vez a su altura disminuí el ritmo al que subía los
peldaños. Un engorroso silencio inundaba el lugar, sin rastro alguno de
otro alumno o alumna, escuchando solo el repiqueteo de nuestros pasos sobre el
frío y blanco suelo de mármol.
Observé a mi hermana
pisar decididamente el último escalón, con una seguridad en sí misma propia
solo de ella y esbocé una pequeña sonrisa cuando me fijé en que había bajado la
mirada para posarla en mí un pequeño instante antes de girarse para pasar a
observarse a un ventanal y detenerse allí.
No pareció fijarse en
mi pequeño gesto, y si lo hizo prefirió fingir no haberse percatado de ello.
Pequeños detalles así eran ya típicos viniendo de ella. ¿Cuántas veces me
habría intentado dar la mano y ella siquiera haberse fijado en ello? O,
¿cuántas veces le había dicho algo y ella, en cambio, no haberme ni respondido?
Una pequeña frase de un gran Muggle decía “Que hablen mal de uno es
terrible. Pero es peor que no lo hagan en absoluto”
Lo dicho por Oscar
Wilde no podía ser más cierto; y en ocasiones llegaba a experimentarlo de muy
primera mano.
Me recoloqué el
sombrero que Madeimoselle Renoir había obligado a ponerme y me percaté de que
Victoire se lo estaba quitando, despeinándose su rubio y perfecto cabello
en frente de un ventanal en el que podíamos ver nuestro propio reflejo.
Tan parecidas y
diferentes a la vez; Cómo matrioskas. Pequeñas muñecas, prácticamente
iguales a la vista de cualquiera, pero siendo cada muñeca solo una
pequeña réplica de la primera, menos detallada que la anterior.
No sabía lo que
pasaba por la cabeza de mí hermana durante ese momento y no me planteé siquiera
querer saberlo hasta que me llevó frente a la puerta de uno de los dormitorios,
y por la ubicación se trataba de una chica de la edad de Victoire.
Fruncí el ceño cuando
escuché la música del interior de la habitación, rompiendo el silencio
anterior, pero eso solo pareció animar más a Victoire, que no dudó en abrir la
puerta y mostrarme su interior antes de pasar.
—Y aquí tu primera
fiesta dentro del colegio— Me dirigió la palabra por primera vez en la noche,
antes de perderse entre la multitud que ahí había.
El fin de una era
La luna blanca en el cielo brillaba con más fuerza que nunca. Parecía raro, pero al final le había acabado cogiendo cariño a aquel estridente y pomposo lugar. A sus clases de protocolo y sus interminables lecciones sin sentido que hacían el día a día más pesado que nunca. Sabía que esa era la última noche en aquel castillo, sabía que no había marcha atrás esta vez. Pero allí, en su mirador favorito, todo tenía sentido. Muchas veces había escuchado eso de "El amor mueve el mundo", y por una vez estaba segura de ello. Si tan sólo le hubieran llegado a decir hacia nueve meses a Victoire que le rogaría a sus padres que la dejaran ir a Hogwarts por él, se habría reído de todos ellos en su cara. Pero al final hasta ella, hasta la chica de hielo, había caído... No sabía que era lo que peor le sentaba: haber fallado a esa estúpida promesa que hizo de no dejar que un chico le afectara tanto; o que fuera por Teddy, por el ahijado de su tío Harry. No había sido fácil volver a plantarse frente a la tribu de pelirrojos que eran los Weasley, pero lo había hecho, y al final parecieron perdonarla. Pese a ello, Vic sabía que las cosas no mejorarían así porque así, y por eso volvía a casa; por eso tenía que esforzarse más que nunca en demostrar que realmente estaba arrepentida. Atrás quedaban un montón de gritos y malas caras, de arañazos "sin querer" y tropezones "accidentados", de malos comentarios y miradas de asco. No, Ted le había demostrado que eso no era lo correcto y a partir de la vacaciones que empezaban al día siguiente tenía que ser capaz de demostrárselo al resto.
Tan absorta estaba en sus cosas que no escuchó los pasos que comenzaban a sonar desde el final del pasillo, como aquella tarde. Los mismos pasos de la misma persona. Cuando se quiso dar cuenta, Arléne ya estaba sentada a su lado, con su melena morena tan perfecta y arreglada como siempre. Ninguna de las dos dijo nada, no hacía falta. Ese pasillo de amplios ventanales había sido su sitio, aquel lugar donde comenzó su amistad de verdad, aquel pasillo donde quedaban para hablar a solas,allí donde se intercambiaban la ropa para volver más locos aún a sus compañeros... Parecía increíble que esa fuera la última vez que ninguna de las dos se fuera a sentar allí. Vic se iba a Inglaterra, a dar sus dos últimos años en Hogwarts, para Arléne esa era su última noche como estudiante de magia. Un par de pisos más abajo les harpies (las demás chicas de la escuela las llamaban así, y al final lo acabaron cogiendo como símbolo de identidad) estaban celebrando una fiesta para todos aquellos que quisieran pasarse, siempre y cuando Madame Gogda no se enterara. Pero en ese momento ambas necesitaban pensar, pensar a solas en su futuro... en cómo iba a enfrentarse Vic a su familia y Arléne a la perfecta de su hermana melliza. Los minutos pasaron y ninguna dijo nada, sólo, cuando Vic tuvo la suficiente fuerza, cogió la mano de Arléne con la suya, estrechándola con fuerza antes de volverse a ella.
-Allons, Arlene, cela n'est pas il final
Ambas se levantaron en dirección hacia la fiesta y el ruido, tan diferentes en apariencia, pero tan iguales en cuanto a esos pequeños detalles en los que nadie se fijaba, pero que llegarían a mantenerlas unidas a pesar de lo que la gente opinara.
-Allons, Arlene, cela n'est pas il final
Ambas se levantaron en dirección hacia la fiesta y el ruido, tan diferentes en apariencia, pero tan iguales en cuanto a esos pequeños detalles en los que nadie se fijaba, pero que llegarían a mantenerlas unidas a pesar de lo que la gente opinara.
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